Joludi Blog

Nov 30
Rembrandt, Shakespeare y el Círculo de los Mentirosos.
“Rembrandt, el Pintor de Historias”, así se titula la fabulosa exposición del Museo del Prado que permite contemplar estos días varias docenas de lienzos del maestro flamenco en unas nobles...

Rembrandt, Shakespeare y el Círculo de los Mentirosos.

“Rembrandt, el Pintor de Historias”, así se titula la fabulosa exposición del Museo del Prado que permite contemplar estos días varias docenas de lienzos del maestro flamenco en unas nobles paredes donde colgaba hasta ahora solo una obra del que para muchos es el mejor pintor de todos los tiempos. Es una exposición irrepetible que espero estar disfrutando dentro de unas horas.
Pintor de Historias” me parece un título perfecto. Porque sintetiza todo lo que convierte en único el arte de Rembrandt.
Es Rembrandt por encima de todo un gran contador de relatos. Relatos históricos, mitológicos, personales… Y, principalmente, maravillosos relatos bíblicos llenos de oscuras pasiones, desbordantes de emociones tormentosas.
Rembrandt vive en el siglo XVII en los Países Bajos, es decir, en una época y en un lugar donde la Biblia es la “gran noticia”, la gran “narración” que está llegando de primera mano ahora al género humano. De la misma manera “internet” podría ser la gran noticia y la gran narración que estamos viviendo en estos momentos.
La imprenta, por entonces, como quien dice, recién descubierta y popularizada, converge en Holanda con el nuevo impulso calvinista hacia la lectura personal, libre y no mediatizada, de los textos sagrados. Y todo ello hace que cualquier hombre culto e intelectualmente ávido de aquellos tiempos viviese intensamente el asombro y la fascinación de las riquísimas narraciones bíblicas recién descubiertas.
Así que en la Biblia encuentra Rembrandt (como un siglo antes Peter Bruegel el Viejo) la materia prima perfecta para desarrollar su programa totalmente nuevo del arte pictórico. Rembrandt sabe bien que el Renacimiento italiano ya lo ha dicho todo desde el punto de vista técnico. Y sabe también que después de Miguel Angel, Rafael o Tiziano ya no hay mucho que hacer en términos estrictos de expresión de la belleza ideal. ¿Qué le puede quedar por hacer a un pintor como él en los albores del XVII? La nueva frontera solo puede situarse en el territorio de lo dramático, en el espacio inabarcable de las pasiones humanas. En otras palabras, en el maravilloso mundo de los relatos…
Un pintor, se atreve a pensar Rembrandt, ya no puede ser grande únicamente por la pura reproducción o glorificación de la realidad, o por dominar los secretos de la armonía y la belleza, tan valiosos y rentables desde el punto de vista comercial. Ahora es el momento de juzgar a un artista tan solo por su capacidad para hacernos sentir emociones intensas ante sus cuadros. Por su capacidad de describirnos la dimensión problemática de la existencia. Esto es de un moderno que asombra.
Y ocurre que este Rembrandt pionero resulta ser un genio nato del arte narrativo y del conocimiento de las pasiones humanas.  Mira por dónde, entonces, ese nuevo enfoque de la pintura como arte del relato, y esa efervescencia de la Historia Sagrada en sus episodios más truculentos, le viene a él como anillo al dedo. Puede que sus antecesores Hals y Vermeer también hubiesen sabido centrar su obra el foco en el hombre, y con un virtuosismo técnico portentoso. Pero hasta Rembrandt, ningún pintor se había centrado en la dimensión problemática, atormentada de la aventura humana. Hals o Vermeer pintaban él éxito material o estético del hombre o la mujer. Rubens difuminaba las emociones bajo el barniz cortesano e idílico.  Solo Rembrandt se atreve a pintar el drama humano tal como es.
Surge así, con Rembrandt y su ingente obra, una especie de versión visual de Shakespeare. Así como el genio inglés nos pinta en sus páginas todo el abanico imaginable  de las conflictivas emociones y sentimientos del hombre, con sus más delicados matices, descritos con precisión entomológica, de igual modo Rembrandt nos hace leer en sus tablas y lienzos la totalidad del drama humano en cada uno de sus detalles.
En Rembrandt, como en Shakespeare, está todo. Y está todo contado con una elocuencia sublime. Viendo los cuadros de Rembrandt uno se queda, al cabo de unos instantes, totalmente embobado, absorto por la magia encantadora del relato que cada uno de ellos nos transmite a través de infinitas claves, algunas de ellas sutilimente ocultas. Rembrandt nos hace sentir como el niño pequeño que escucha en la cama, fascinado, un cuento narrado por el abuelito.
Los que conocieron personalmente a Rembrandt, como Huygens, nos hablan de su milagrosa habilidad para contar relatos, y para hacerlo no solo con sus pinceles, sino también con sus palabras. El fantástico Korda, realiza en 1936 una película soberbia que evoca maravillosamente este talento inusual de Rembrandt.
Korda nos muestra a un Rembrandt que está pasando por momentos de soledad y pobreza, (precisamente por su obstinación por “contar historias” en lugar de hacer cuadros “comerciales” para alimentar el ego de los poderosos). En una escena memorable, mientras camina por las calles de Amsterdam, Rembrandt ve un mendigo con un rostro que le parece de un valor narrativo sobresaliente. Le convence para que pose para él, aunque casi no tiene siquiera el medio florín que el mendigo le reclama para hacer su trabajo de modelo. Ya en el estudio, Rembrandt viste al mendigo, lo toca con un turbante y lo convierte en un improvisado Rey Saul, posando junto a Tito, el hijo del artista, que hace el papel de David. Pero la expresión del mendigo solo transmite brutalidad y simpleza. No hay historia. No hay cuadro posible.
Entonces Rembrandt le pregunta al mendigo si conoce la historia del Rey Saul. ¿Quién es ese rey? Yo no he oído hablar nunca de él…
Y en ese momento, Rembrandt comienza a contarle al pobre hombre la historia fascinante de Saul y de su hermano David; lentamente, palabra a palabra, Rembrandt va dando vida a esa narración bíblica sobrecogedora hecha de envidia fraternal irresistible y de torturantes dramas interiores. Poco a poco, el mendigo, que va escuchando atentamente la mágica voz de Rembrandt, empieza a mostrar una cierta riqueza emocional. Al cabo de unos instantes, por obra y gracia de la narración, ya no existe el mendigo de rostro endurecido y simple, sino que tenemos al verdadero Rey David, en toda su solemne majestad, mirando de reojo con infinitos celos a su hermano que toca el arpa junto a él, y transmitiendo en su inflamada expresión un deseo difícilmente contenido de atravesar a su hermano con la lanza que sostiene en la mano. Ha llegado el momento de pintar.
Esa escena de Korda nos muestra que en cierto modo Rembrandt anticipa el oficio del Director de Cine o Teatro. No es casualidad que en el estudio de Rembrandt en Amsterdam, un antiguo granero, se representasen también obras teatrales, a menudo con los mismos motivos bíblicos que inspiran sus pinturas. Conoce Rembrandt como nadie los secretos para transmitir emociones con imágenes, ya sean plásticas o verbales. Percibe la riqueza y las posibilidades de las expresiones humanas allí donde los demás no ven todavía nada. Hace emerger emociones que inmortaliza, y nos lleva a ellas a través de una iluminación y una escenografía eminentemente “teatrales” para que puedan ser vividas y revividas por los demás una y otra vez. Y eso es justo lo que sabe hacer un gran realizador.
Lo que quiero decir es que con Rembrandt nace a la Historia un nuevo modelo de creador, más libre y subjetivo que lo que hasta ahora se conocía. Un nuevo modelo de creador que tal vez culmina en el siglo XX con los grandes directores cinematográficos. Para esta nueva categoría de artistas, el verdadero desafío es hacer vivir a los demás el milagro de la emoción y la pasión en toda su inagotable riqueza. Su milagro es el prodigio de plasmar en una tela, ya sea de un lienzo o una pantalla, todo el mundo interior de las grandezas y miserias de la problemática alma del hombre.
¡A quién le importa reproducir el aburrido mundo material o, menos aún, embellecerlo! Lo esencial es el drama humano y sus infinitos matices.
En este sentido, sí, Rembrandt suena en la misma frecuencia que Shakespeare. Y ambos son la expresión más perfeccionada de lo que Carriére llamó “El Círculo de los Mentirosos”. Carriére era quien nos decía que en el principio de los tiempos los hombres se contaban simplemente mitos sencillos. Mitos que eran verdaderos, porque su autor era el cosmos. Después llegaron los narradores de cuentos e inventaron historias. Fueron los primeros mentirosos, a los que siguieron muchos otros…
Shakespeare y Rembrandt (y también, claro, Korda; y Carriére, quien por cierto fue el guionista de Buñuel) están entre esos mentirosos geniales que vinieron tras los contadores de mitos. Mentirosos a los que la Humanidad debe agradecer eternamente el placer supremo de haber producido historias conmovedoras, transformadoras, redentoras.
Historias como la que también describe Korda en la famosa escena de la taberna de Amsterdam, que debería estar por derecho propio en el “Hall of Fame” de la gloria cinematogáfica. Es una escena en la que Rembrandt parece hablar con la mismísima voz del cisne de Avon, merced a un texto soberbio del portentososo Carl Zuckmayer, autor del guión y uno de los mejores escritores alemanes de su tiempo, aunque hoy esté olvidado.
En esa escena genial, en medio de canciones y bebidas, uno de los amigos de Rembrandt se burla públicamente de él por seguir enamorado de su esposa Saskia tras siete largos años de matrimonio. Rembrandt reconoce que es así. Le preguntan si existe algún secreto para ello. Y Rembrandt contesta afirmativamente. Nos cuenta entonces el secreto de su amor con una de sus maravillosas historias, en el mas puro estilo shakespeariano. Y sus palabras, al igual que ocurrió con el mendigo/Rey Saul, tienen un prodigioso poder transformador, convirtiendo al grupo de borrachos en seres silenciosos, pensativos, abrumados súbitamente ante la ternura y la sensibilidad que destilan las palabras del pintor que resuenan en la taberna enmudecida. Merece la pena terminar aquí copiando literalmente las palabras de esa escena que interpreta magistralmente Charles Laughton. Es una escena-una historia- tan bonita que le invito al lector a que la descargue ahora mismo de mi servidor y la disfrute una y otra vez. En algún momento, creo, debería hacerle llorar de emoción. He aquí el diálogo.
Amigo 1–¿Cómo puede ser que un hombre quiera pintar a su esposa con 7 años de casado?
Rembrandt–En la tierra de Uz, había un hombre. El Señor le dió todo lo que pedía. Pero antes que nada, este hombre amaba a su esposa.
Amigo 1–¡Debía tener algún secreto!
Rembrandt–Lo tenía.
Amigo 2–Quisiera conocerlo.
Rembrandt–Había tenido una visión en una ocasión. Una criatura, mitad niña, mitad mujer…mitad angel y mitad amante, había rozado su cuerpo. Descubrió que cuando una mujer se entrega, el hombre posee a todas las mujeres. A las mujeres de todas las edades y razas…y mucho más. A la luna y a las estrellas. Todos los milagros y las leyendas son de ese hombre. Las jóvenes mulatas que con su juego encienden los sentidos…Las rubias frías que te provocan y se escapan…Las damas de honor que te sirven…Las esbeltas que te atormentan…Las madres que te parieron y amamantaron…Todas las mujeres que Dios creó en la plenitud rebosante de la Tierra, son tuyas cuando te ama una mujer.
Amigo 3–¿Cómo puede ser?
Rembrandt–¿Cómo? Colócale un chal púrpura en los hombros, así será la Reina de Saba. Apoya tu cabeza despeinada sin mirar sobre su pecho, y será Dalila esperando para subyugarte. Quítale la ropa, hasta el último velo que cubre su cuerpo, y será la casta Susana, que cubre su desnudez con manos temblorosas. Mírala como si miraras a mil mujeres extrañas, pero no digas que es tuya. Sus secretos son infinitos, jamás los descubrirás todos. Solo di su nombre. El de la mía es Saskia…