Joludi Blog

Mayo 29
Insulto el bien ajeno se me antoja.
Hoy, leyendo los periódicos, tan llenos de querellas entre políticos de medio pelo, me ha venido a la cabeza un soneto formidable de Unamuno, no muy conocido, que habla de ese gobierno de alpargata que casi siempre...

Insulto el bien ajeno se me antoja.

Hoy, leyendo los periódicos, tan llenos de querellas entre políticos de medio pelo, me ha venido a la cabeza un soneto formidable de Unamuno, no muy conocido, que habla de ese gobierno de alpargata que casi siempre nos toca a los españoles y de esa especie de enfermedad colectiva que parece que padecemos desde siempre y que no es otra que la envidia.

El soneto de Unamuno suena un poco a viejo, pero hay puntos que siguen siendo vigentes. El segundo cuarteto es el que habla de la envidia:

Medra machorra envidia en mente floja/te enseñó a no pensar Padre Ripalda/rezagada y vacía está tu falda/e insulto el bien ajeno se te antoja”

¿Por qué envidiamos? La mayoría de los filósofos fracasan al intentar analizar el origen del sentimiento de envidia. Se limitan a definirlo con otras palabras. Spinoza, usualmente tan certero, dice la bobadita de que el hombre por naturaleza es propenso a disfrutar con con el mal ajeno y entristecerse con el bien de los demás. Descartes dice básicamente lo mismo, aunque presenta al envidioso ya no como la norma, sino como una anomalía. Kant se limita también a decir que la envidia es la satisfacción por el mal ajeno. Pero no aclara por qué se produce este extraño fenómeno. Curiosamente es Santo Tomás quien lo entiende mejor. Nos dice que la envidia es la tristitia o tristeza morbosa generada por la contemplación de los bienes ajenos, debido a que “est diminutivum propria gloria vel excellentia”, es decir, debido a que empequeñece nuestra propia gloria y excelencia. Da en el clavo el maestro angélico. La envidia es una cuestión de autoestima lesionada, de trastorno de nuestro narcisismo. Ver el éxito ajeno nos rompe en pedazos nuestra autoimagen. Y de los problemas de la autoimagen deriva todo lo malo que nos pasa: el sentido de culpa, el odio airado al otro, el miedo, la ansiedad…

Esta relación entre la autoestima y la envidia ya la había atisbado Aristóteles, fuente de la que bebe siempre el Aquinate. Aristóteles definió la envidia en “Retórica” como el dolor causado por la buena suerte que tiene alguien que se nos asemeja. Obsérvese la belleza de la definición: habla de envidia hacia el que “se nos asemeja”, lo que ya nos sitúa en el ámbito mismo del narcisismo; y habla de buena suerte (porque el envidioso jamás concede mérito alguno al envidiado).

Cuando me preguntan si creo en la buena suerte siempre digo que sin la menor duda, pues de otro modo sería inexplicable el éxito de tanto cretino que anda por ahí suelto…Diciendo esta boutade estoy haciendo buena la definición aristotélica.

Porque, en palabras de Unamuno, insulto el bien ajeno se me antoja…


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