Joludi Blog

Jun 19
Inside Job.
Gran éxito del documental Inside Job, en el que se describe, con rigor, sarcasmo y mucha fuerza visual el verdadero trasfondo de la gran Crisis, es decir, la increible estafa global de la que hemos sido víctimas miles de millones de...

Inside Job.

Gran éxito del documental Inside Job, en el que se describe, con rigor, sarcasmo y mucha fuerza visual el verdadero trasfondo de la gran Crisis, es decir, la increible estafa global de la que hemos sido víctimas miles de millones de personas, a cargo de un puñado de financieros enriquecidos hasta lo inconcebible. 

Hasta mis hijas han querido ver la película y se la han descargado estos días-en glorioso HD-de la store de Apple, donde por cierto encabeza la lista de compras. Cosa curiosa.

Tras ver la película Marta, que se ha quedado un tanto perpleja, me ha preguntado cómo ha sido posible este inmenso engaño. Yo le he pedido diez minutos para explicárselo y me los ha concedido. Si tú también dispones de esos diez minutos, sigue leyendo por favor. 

La clave del problema, le he explicado a Marta, es justo lo que constituye el leit motiv del documental, esto es, la flagrante inexistencia de regulación en el más peligroso de todos los mercados: el mercado del riesgo. Voy a tratar de aclarar este tema en pocas palabras.

Desde la época de Marco Polo, los empresarios han aprendido a “cubrirse” respecto al riesgo. Aquellos seguros que contrataban los armadores venecianos del siglo XIV cuando enviaban barcos a Flandes eran el mejor ejemplo de esta técnica para “distribuir” riesgo (y por cierto que la palabra riesgo, relacionada con “risco” o arrecife, tiene precisamente su origen en el mundo naval). Con aquellos seguros contra un posible naufragio, que se suscribían y se transmitían los armadores y banqueros venecianos de unos a otros, nació un verdadero mercado del azar en el que los empresarios “vendían” y “compraban” riesgo, ganando unos en seguridad y otros en rentabilidad.

Lo que surgió con aquellas pólizas de seguro marítimo, se ha desarrollado y perfeccionado de una manera prodigiosa en nuestros tiempos, y ha florecido de manera especial en el mundo de las Bolsas de Valores, dando forma al mercado financiero de derivados.

¿Qué es el mercado de derivados? Pues justamente eso, un mercado del riesgo. 

En su forma más elemental, todos hemos usado alguna vez un “derivado”. Cuando hemos comprado una casa o un coche y hemos dejado una señal, lo que estábamos haciendo es crear un producto financiero derivado: la opción de compra. Se llama derivado porque en teoría, podríamos vender o traspasar esa opción de compra a otro comprador interesado, y esa transacción, con un importe y una autonomía propia, sería una transacción “derivada” de la transacción original de la casa.

En esencia, los derivados nacieron como opciones de compra o de venta de cosas, principalmente acciones. Invertir en derivados no sería otra cosa sino pagar por adquirir el derecho o/y la obligación, dentro de un determinado plazo, a comprar o vender algo a un cierto precio. 

Aquí ya empezamos a ver la relación nítida entre la noción de derivados y el proceso de distribución de riesgo. Quien paga un dinero por una opción de compra, se está asegurando, a cambio de ese dinero, y en tanto busca otras alternativas o la forma de financiarlas, que no sufrirá las consecuencias de una gran subida de los precios. Lo mismo, pero al revés, ocurre con una opción de venta. Quien paga por conseguir una opción de venta, se está cubriendo frente a una posible bajada de los precios. 

Las opciones de compra y venta, tal como las conocemos habitualmente, por ejemplo, en el mercado inmobiliario, no son “forzosas”, en el sentido de que si, por ejemplo, no nos interesa ejercer una opción de compra podemos no hacerlo, renunciando a lo que dimos de señal. Cuando las opciones de compra y venta son de ejecución obligatoria, tienen un nombre específico en el mundo bursátil, y se llaman “futuros”.

Bien, hasta aquí hemos hecho una pequeña descripción de lo que es el mercado de derivados, compuesto de opciones y futuros. Pero nos falta un instrumento clave para entender todo este mundo tan complejo. Nos faltan los swaps

Los swaps (a los que a veces se llaman permutas en castellano) son simplemente técnicas más específicas para reducir el riesgo. Imagínate que tienes un gran paquete de acciones de, pongamos por caso, Facebook. Nadie te quita que un cambio tecnológico pueda pulverizar mañana mismo el valor de tus acciones. No es probable pero puede ocurrir. Te puede interesar entonces “cubrirte”, apostando fuerte a que Facebook se hunde. Para ello vas al mercado financiero y compras, con buen dinero, un swap contra Facebook. Gracias a esta operación, si la cotización de Facebook baja mucho, tu perderás dinero por ese lado, pero el swap te habrá reducido las pérdidas a una cifra razonable. Puede parecer un poco tonto esto de invertir en una cosa y luego apostar contra ella, pero en realidad tiene perfecto sentido financiero y está relacionado con la validez de las técnicas de diversificación financiera y optimización del riesgo, algo que ya demostró Markovitz allá por los años 40 del siglo pasado y que es un dogma en el mundo financiero.

Opciones, Futuros, Swaps…todo eso son técnicas financieras interesantes. En sí mismas no tienen nada de malo y son ejemplos de la creatividad del hombre aplicada a la reducción de riesgos (en este caso en el mundo bursátil), lo que constituye una de las claves para entender el fenómeno humano y la liberación de la superstición y la dependencia del ciego Destino.

Ya, ya. Pero el problema es el de siempre. Lo que originalmente es bueno y deseable, acaba siendo un instrumento al servicio de las peores pulsiones humanas. Las Opciones, los Futuros, los Swaps, que nacieron para hacer más viable y menos azaroso el proceso de inversión y creación de riqueza, se acabaron convirtiendo en una herramienta espantosa para convertir las Bolsas de Valores en unas disparatadas timbas o casinos en los que los “traders”, incentivados por bonos galácticos, se jugaban el futuro de sus empresas y clientes, a cambio de conseguir, si les iban bien las cosas, millones de dólares como beneficio personal.

Voy a poner un ejemplo sencillo para explicar esta transformación de lo útil en lo pernicioso. Imagínate que alguien muy bien informado te ha indicado “desde dentro” (un insider, en efecto), que el precio de las casas en tu pueblo va a subir muchísimo, porque se planea crear una parada del tren de alta velocidad muy cerquita. Al saber esto, visitas alguna casa de tu zona en la que has visto carteles de “en venta”. Y, tras una sencilla negociación, sabiendo que en tu banco tienes actualmente mucho dinero de crédito, decides dar una señal de un 2% para comprar esa casa por ese millón de euros y venderla cuando el precio haya subido. Has creado un “futuro”, es decir una opción de compra forzosa que te permitirá ganar tanto como suban los precios de esa casa, a cambio de ese modesto 2%.

Hasta aquí todo más o menos bien.

Pero ahora imagínate que la codicia te hace darle vueltas a la situación. Hemos quedado en que tienes disponible mucho crédito en tu banco. Entonces ¿por qué no usar todo o parte de ese dinero para gastarlo en opciones, en lugar de gastarlo en casas? ¡Podría ser muchísimo más lucrativo para tí! 

Piensa un poco en esto. Si dedicas tu crédito íntegramente a comprar 50 opciones, en lugar de una, podrás ganar, en el supuesto de una duplicación de los precios de las casas, nada menos que 50 millones de euros. Es decir, habrás tomado a crédito un millón de euros y podrás ganar 50…siempre que, como te ha dicho tu “insider”, los precios suban dramáticamente…

En este segundo supuesto, ya no estamos en un mundo sencillo e inocuo. Al tomar dinero a crédito y gastarlo en algo tan especulativo como un futuro sobre el precio de las casas de tu pueblo, tú has creado-tú solito- un montón de riesgo. El riesgo es que los precios no suban, sino que bajen a la mitad, y que tú te veas en la obligación de gastar 50 millones de euros en comprar casas que solo valen 25 millones de euros. Puede ser que te arruines para siempre tú mismo. O tu banco, si el dinero te lo había prestado. Y con él muchos ciudadanos que no tienen nada que ver con el asunto. 

En resumidas cuentas, los derivados, como instrumentos financieros, se convierten no en un mecanismo para suavizar los riesgos, sino en una técnica para amplificarlos y convertir la Bolsa en una Ruleta Francesa en la que se puede ganar muchísimo…y perder muchísimo.

Ahora, imagínate a todos los grandes inversores del mundo, incluyendo los grandes merchant banks, y los fondos de inversión especializados en este tipo de operaciones “raras”,  jugando cada día en este gran casino loco de los derivados. Cada mañana, en las Bolsas de Nueva York, de Londres, de Tokio…los traders han venido creando inmensas cantidades de riesgo (el importe global del mercado de derivados, en un momento dado,  es unas 50 veces mayor que el PNB planetario, aunque nadie lo conoce con exactitud). Es un proceso de creación descomunal de riesgo que, incomprensiblemente, no está en absoluto regulado. Hoy, un banco puede estar perfectamente saneado, pero mañana, merced a unas cuantas operaciones de derivados realizadas por sus incentivados traders, ese mismo banco puede estar en una situación de enorme riesgo, pudiendo ganar el mes que viene muchísimo dinero…o perderlo.

Este es el problema. El mercado de opciones, futuros, swaps y todas sus diabólicamente complejas variaciones, es, o más bien ha sido hasta ahora un mercado no regulado. Un mercado en el que lo que cuenta es únicamente la avaricia individual de los traders y su capacidad para poner en riesgo al mundo entero a cambio de la posibilidad de embolsarse unos cuantos millones de euros de comisión.

Esta es la síntesis de la crisis financiera mundial que desencadenó la gran crisis económica global que padecemos (junto con el problema de las hipotecas subprime y la titularización colateral, que ya he comentado en otra ocasión y es muy sencillito de entender). 

El gran crunch del 2008 no es sino el resultado de la utilización perversa de innovaciones que en sí misma eran útiles y valiosas. Una utilización perversa que ha escapado a todo tipo de regulación. Porque los mismos que se beneficiaron de ella adquirieron suficiente poder como para evitar precisamente cualquier tipo de regulación.

Nos han engañado a todos haciéndonos pensar que la no regulación, el liberalismo económico a ultranza, es la base para la creación de riqueza. Pero ahora sabemos bien que la no regulación financiera, en combinación con la irreprimible codicia humana, puede llegar a ser, como la energía atómica no controlada, una verdadera arma de destrucción masiva.



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