Joludi Blog

Ene 24
Apostolado inverso.
No estoy de acuerdo con ninguna campaña publicitaria a favor de la inexistencia de Dios. Me parece kafkiano que alguien invierta dinero para hacer apostolado al revés. Puedo entender las terribles campañas de apostolado directo...

Apostolado inverso.

No estoy de acuerdo con ninguna campaña publicitaria a favor de la inexistencia de Dios. Me parece kafkiano que alguien invierta dinero para hacer apostolado al revés. Puedo entender las terribles campañas de apostolado directo que la Humanidad ha venido padeciendo a lo largo de la Historia, desde las Cruzadas hasta la conquista de América. Alcanzo a entender ese modelo porque encaja en un proceso de búsqueda de poder y control social.

Pero ¿apostolado a la inversa, para disuadir de la creencia en Dios? ¿Con qué fin? Supongo que hay cosas mejores que hacer que despilfarrar euros en el vano intento de quitar la fe a la gente mediante una frasecita más o menos provocativa pintada en los autobuses. Provocativa y errónea, porque está por ver que los ateos o agnósticos disfrutemos necesariamente más de la vida que los creyentes. No es un tema tan obvio.

Creer en la existencia Dios no necesariamente debe ser subjetivamente tan malo como para que merezca la pena esforzarse en persuadir al prójimo de lo contrario. A primera vista, la sincera convicción de que existe un ser superior más o menos bueno, justo o magnánimo, da la impresión de ser más bien una ayuda para disfrutar de la vida y soportar mejor la soledad, la enfermedad, la vejez y la muerte que un obstáculo para ello. Justo lo contrario de lo que sugiere la campaña.

Yo preferiría una campaña contra las Iglesias y sus Instituciones. Esas sí que, para algunos, entre los que me encuentro, son un factor de desgracia para la Humanidad. Pero incluso ésto también es matizable. Porque pudo haber momentos en la Historia en los que la Iglesia, por muy corrupta que fuese, ejerció un importante papel cultural y pacificador. Eso es difícil de negar. Incluso ha tenido alguna comprobación empírica.

Cuando Lutero consiguió disolver los cimientos de la autoridad de un Papado pervertido, lo que se produjo fue un verdadero experimento de laboratorio sobre la función social de la Iglesia como apaciguadora de las tensiones sociales. Pervertido y todo, cuando aquel Papado venal perdió su autoridad a manos de las turbas librepensadoras que había movilizado el monje alemán con sus flamígeras tesis, lo cierto es que toda Centroeuropa se convirtió en un infierno. El propio Lutero tuvo que echar marcha atrás y oponerse directa, expresa y enérgicamente a las propias fuerzas del caos que él mismo había liberado y que amenazaban con engullirle a él y al tinglado de inmensos privilegios que tenían los electores de Worms que le salvaron la vida frente al Nuncio. Lutero les llamaba a aquellos hombres “bestias salvajes” tan solo porque habían llevado el librepensamiento hasta sus últimas conclusiones.

Pero ya no estamos en aquellos tiempos. Se supone que hemos esclarecido. Y ahora, el papel de la Iglesia Católica es más bien nítidamente nefasto para el género humano. Sin paliativos. Juega esta Iglesia un rol reaccionario y antihumanista en la mayoría de los casos. Desde su postura en relación con el control de natalidad o del Sida hasta su papel en la consolidación de las terribles injusticias sociales en muchos países del Tercer Mundo.

Por eso yo entendería bien una campaña contra el poder de la Iglesia. Incluso yo contribuiría a ella. Pero no contra la fe en Dios, que además de ser una posición intelectualmente respetable (digan lo que digan los Dawkins y los Odifreddis), puede tener efectos benéficos tanto a escala individual como social.

De hecho se han realizado varios estudios al respecto. Recuerdo uno de ellos llevado a cabo por la Universidad de British Columbia, a cargo de un psicólogo llamado Ara Norenzayan. Este profesor realizó diferentes tests con voluntarios y llegó a la convicción de que cuando la mente humana piensa en Dios, el altruismo y la solidaridad tienden a producirse con más facilidad.

No nos hacen falta ni apóstoles ni evangelizadores. De ningún tipo. Y no parece prioritario lanzarse a la Cruzada de quitarle a la gente su fé. Que sigan con ella. A quién le importa.

Si creer suele hace al hombre más feliz y más altruista ¿Por qué tratar de combatir esa creencia? Ni es posible. Ni seguramente es deseable.