Joludi Blog

Ene 25
Espiranza y los susurros.
Hincmar de Reims nos transmite una idea expuesta anteriormente por el Pseudo Cipriano, en el sentido de que la propia etimología de la palabra obispo se relacionaría con la idea misma de observador, de supervisor, de… espía...

Espiranza y los susurros.

Hincmar de Reims nos transmite una idea expuesta anteriormente por el Pseudo Cipriano, en el sentido de que la propia etimología de la palabra obispo se relacionaría con la idea misma de observador, de supervisor, de… espía (episcopos, de “epi skopeo”, el que “mira desde arriba”). De hecho, Atanasio hacía juegos de palabras al respecto, llamando despreciativamente espías a los tres obispos que consagraron al antipapa Felix II (catascopi haud episcopi)

Un obispo, decía el Pseudo Cipriano, y se hacía eco de ello Hincmar sería por lo tanto y antes de todo, un “speculator” un observador “vigilantissimus” de la moral y costumbres de las ovejas puestas bajo su pastoral cuidado.

Espiranza lo sabe. Sabe bien que hasta la Biblia santifica de algún modo el noble oficio de espiar, de “mirar desde arriba”. ¿Acaso no fue Dios quien pidió a Moises que enviase sigilosos espias (exploratores) a la tierra de Canaan en misión logística de conocimiento del terreno y fructífera averiguación (ad considerandam terram).  En aquella ocasión, Dios, pese a su omnisciencia, consideró oportuno pedir este tipo de ayuda a su siervo, a fin de que constatase de una manera más tangible si los cananeos eran fuertes o débiles y si la riqueza de aquella tierra merecía la pena de suscitar un sangriento esfuerzo de conquista. He aquí la prueba bíblica irrefutable de que el espionaje no es necesariamente una iniquidad a los ojos del Señor. Incluso El necesita en ocasiones a los espías.

Y no sólo es el Antiguo Testamento. En tres de los cuatro Evangelios se recoge la afirmación de Cristo en torno a la no inviolabilidad de los secretos: “nada que esté escondido dejará de ser revelado, ningún hecho oculto dejará de salir a la luz…” ¿No es esto acaso una invitación divina a esmerarse en el dignísimo oficio del espionaje y resignarse al fatal escrutinio de los hábiles delatores?.

¿Acaso no han existido a lo largo de los siglos, piensa Espiranza, cientos, miles de informadores que han merecido justa recompensa por sus habilidades. ¿Quien no recuerda a Fardulfo, patriarca de todos los espías, astuto clérigo italiano que se infiltró entre los que conspiraban contra Pipino el Jorobado y que en premio a sus servicios de inteligencia fue nombrado nada menos que abad de Saint Denis, sinecura donde las haya? Y, en fin, podríamos preguntarnos retóricamente cómo se hubiera podido llevar adelante el magno proyecto de la Inquisición de no ser por el crucial papel de aquella legión de diligentes delatores y firmes martillos de herejes que tan cumplidamente contribuyeron al quehacer purificador del Santo Oficio.

Sí. La Historia entera de la Cristiandad, de la que Espiranza no es sino un modélico y bien trajeado exponente, muestra la importancia de no dejar un sólo secreto sin revelar. Está escrito en la Regla de San Benito que el quinto grado de humildad del monje era no permitir jamás que ni uno solo-¡ni uno sólo!- de sus pensamientos quedase oculto para la mirada vigilante y correctora del sabio abad. Lo mismo establece el discretísimo Instituto del Opus Dei, tan caro a Espi, a través de la figura del director espiritual, cuya inteligencia protectora y paternal debe abarcar, en todo momento y circunstancia, hasta el más recóndito rincón del alma del numerario dirigido, escudriñándolo todo, incluso su espacio más íntimo y secreto; hasta el “suo arcano mysterio”.

Espiranza lo sabe. Espiranza sabe todas las cosas que hay que saber. Unas veces por su natural omnisciencia. Otras porque tiene siempre alguien al lado que le “susurra” lo que conviene saber. Oh, sí, susurrar…Susurrar, que no es sino una de las palabras más hermosas y bellamente onomatopéyicas de las lenguas románicas, piensa Espi. Una palabra llena de poesía y evocación. Y cuánta razón tiene.

Espiranza lo sabe todo. Y es bueno que ésto sea así.

Esperanza. Espiranza. Por Dios. Etcétera.


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