Ene
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Magnanimidad.
El último día de su mandato, siguiendo una tradición, George Bush perdonó la vida de dos de los miles de presos que estaban esperando la silla eléctrica o la cámara de gas en los variados y variopintos corredores de la muerte de los EE.UU (se trataba de dos policías, mira por dónde). Buen chico, después de todo. Un corazón de oro. ¿no? Claro que todas las cosas hay que ponerlas en perspectiva. Pensar es pesar. Y si comparamos, nos fijamos que Bill Clinton perdonó la vida, en su último día de mandato, de 160 parroquianos. Hay una diferencia. Y no de matiz.