
La Paradoja de Catalina.
Se denomina así a un experimento psicológico que se ha realizado innumerables ocasiones y que siempre produce un resultado chocante.
El experimento consiste en preguntarle al sujeto que especule el número de amantes que tuvo Catalina II la Grande, la zarina de Rusia o bien se le plantea una pregunta totalmente equivalente, es decir, una cuestión respecto a la cual es poco probable que el sujeto tenga un conocimiento preciso. Pero se le da la oportunidad de que en la respuesta proponga un rango de valores que le permita estar seguro al 98% de su respuesta: por ejemplo, puede decir, “estoy seguro al 98% de que Catalina tuvo entre 4 y 20 amantes”.
Lo soprendente de este experimento es que el nivel de aciertos apenas llega al 50%. Y nótese que la gente es totalmente libre de establecer un rango tan grande como desee, hasta garantizar una convicción del 98%.
La conclusión de este experimento no puede ser otra sino que el ser humano, casi por naturaleza, tiende a sobreestimar enormemente sus conocimientos sobre la realidad. Como unas veinte veces más de lo debido. A este fenómeno se le llama técnicamente “arrogancia epistemológica”. Fascinante.
Por cierto, el número de amantes oficiales de Catalina fue sorprendentemente largo. No menos de 12 . Con quince años la prometieron al Gran Duque Pedro, un débil mental y físicamente impedido. Desde entonces, inicio una prodigiosa trayectoria amorosa. Sus primeros amantes oficiales fueron altos personajes de la corte rusa, como Saltuikov (1752) que era chambelán o el polaco Poniatowsky (1755). Luego vino un gran héroe militar, Orlov (1760). A este le sucedió en el puesto un joven y apuesto oficial llamado Vasilchikov (1773) que fue rápidamente sucedido por el gran político Potemkin. Después entraría en escena Zavadovsky, un tipo más bien oscuro (1776). Luego Simon Zorich, un teniente coronel del regimiento de húsares (1777). Tras él, Ivan Rimsky Korsakov (1778), buen músico y cantante, como su ilustre pariente Nicolas. Cuando la zarina se cansó de la música cayó en brazos de Alexander Lanskoy (1779) que era prácticamente un adolescente y que murió jovencísimo. Para consolarla de la irreparable pérdida, vinieron el rubicundo Alexander Ermolov (1785), el culto y políglota, de improbable apellido Mamanov (1786) y finalmente el último de los amantes, el que apagó las luces del salón de baile, un tal Plato Zubov (1789) que la acompañó fielmente hasta Noviembre de 1796, cuando la zarina murió de un infarto, en sus aposentos, con 65 años justos, pero sin haberse jubilado al parecer de una prodigiosa carrera de amor y de sexo a a altura de sus logros políticos para modernizar Rusia, que no fueron pocos. Bien mirado, esta capacidad para simultanear la política y el sexo es también otra interesante paradoja…