Nombres.
La crisis también afecta a la chispa de la vida, facción española. Se anuncian muchos despidos y cierres de embotelladoras del agua azucarada con carbónico. Parece increible que una empresa con ese colosal capital de marca no sea capaz de maniobrar a tiempo para salvar esos empleos. Sus directivos, que tanto se prodigan y sacan pecho en los medios de comunicación, deberían responder con sus puestos, para empezar. Pero no será así. Ni siquiera se han sabido valer de la sorprendente promoción de los nombrecitos en las latas.
A mí me ha hecho pensar mucho esa extraña promoción. Jamás hubiera predicho su éxito. Pero se ve que el hombrecito de nuestro tiempo tiene una crisis de identidad más profunda de lo que parecía.
Ya no sabemos ni quienes somos ni qué papel tenemos en un mundo que ni comprendemos bien, ni nos ofrece futuro, ni pasado, ni presente…
Así que nos place comprar latitas de refresco con nuestro nombre de pila. Eso debe ser lo que nos queda. Nuestro nombre en la lata.
Quien haya intuido esto es un genio del marketing.
Aunque genio y todo, no previó los efectos colaterales indeseados. Parece que gente con nombres raros ha protestado enérgica y organizadamente ante la empresa de Atlanta por la preterición de sus apelativos.
Y el hecho de que Coca Cola no haya distribuido latas con nombres como Mohammed (que incidentalmente es el nombre de pila más popular en este planeta), casi provoca un nuevo desencuentro de civilizaciones.
Puedes ser un fenómeno del márketing, pero siempre te faltará algo para conocer los verdaderos e insólitos recovecos del alma humana.
