Joludi Blog

Feb 15
El mito vikingo.
Cuando voy a Ikea me llama mucho la atención ver lo ordenado y bien pensado que está todo. Mientras camino entre los muebles voy considerando el hecho de que los escandinavos parecen ser los maestros de la organización y del civismo....

El mito vikingo.

Cuando voy a Ikea me llama mucho la atención ver lo ordenado y bien pensado que está todo. Mientras camino entre los muebles voy considerando el hecho de que los escandinavos parecen ser los maestros de la organización y del civismo. Nadie se organiza social y políticamente mejor que ellos. Sus países son los más avanzados del mundo en terminos de calidad de vida y armonía social. Un simple ejemplo, en materia de igualdad de género, entre los 130 países estudiados por el Gender Gap Report de 2008, los cuatro primeros puestos los ocupan los cuatro países escandinavos.Y esto es así casi todos los años y en muchos ámbitos.
Entonces–me pregunto–¿toda esa imagen que tenemos de los vikingos como brutotes asesinos, cómo se explica?
Se explica refutándola.
Los más recientes estudios demuestran que los vikingos que recorrían todas las costas europeas y los cursos fluviales navegables eran en su inmensa mayoría refinados comerciantes, bastante pacíficos por cierto. Nada que ver con la imagen salvaje que se nos ha vendido.
Los barcos vikingos–los knörr–eran un prodigio tecnológico que ha dejado estupefactos a los ingenieros navales de nuestros tiempos. Eran naves pequeñas y versátiles que no combatían con el mar, sino que bailaban con él; lo amaban. Les permitían llegar a cualquier parte y lo mismo se las veían con el océano que remontaban un pequeño cauce o cruzaban una marisma. Cuando era preciso, además, abrían rutas terrestres.
En la Alta Edad Media,  uno se podía encontrar con aquellos comerciantes y navegantes geniales en todo el mundo conocido. Cruzaban Rusia por el Volga, desde Novgorod, cargados con  valiosos esclavos. Los cambiaban por plata en Samarcanda. Luego usaban esa plata para comprar seda y especies en Baghdad, a donde llegaban por largas rutas terrestres. En Bizancio conseguían seda, vino y orfebrería. A lo largo de las costas mediterráneas comerciaban con cerámica, armas y oro. En Inglaterra e Irlanda se aprovisionaban de lana, miel y estaño. Y en el remoto norte, en el país de los fiordos, comerciaban con marfil de morsa, madera naval, pescado en conserva, pieles y forros.
Aquellos vikingos que se pusieron en marcha en el siglo IX y no paran ahora de abrir Ikeas por todas partes, fueron, en cierto modo, los primeros europeos en un sentido propio.
No concebían fronteras en el continente ni en sus costas. Eran soberbios viajeros, excelentes empresarios. Incluso, según ha probado Régis Boyer, eran uno de los pueblos más dados a la poesía y a la literatura, con su maravillosa lírica escáldica y sus sagas, que fascinaron a Borges.
Y desde luego, ésto está bien probado, ni usaban cascos con cuernos (eran siempre lisos, de cuero o acero), ni tenían por costumbre sangre en el cráneo de sus víctimas. Para nada.