Joludi Blog

Feb 22
¿Dios salve a la Reina?
Cuando yo era niño, en el colegio, nos llevaban cada viernes por la mañana a oir una misa. Me llamaba mucho la atención que el cura pidiese siempre por la salud del obispo de la diócesis, al que se refería siempre por su...

¿Dios salve a la Reina?

Cuando yo era niño, en el colegio, nos llevaban cada viernes por la mañana a oir una misa. Me llamaba mucho la atención que el cura pidiese siempre por la salud del obispo de la diócesis, al que se refería siempre por su nombre de pila tan solo (“nuestro obispo Venancio…”). No se me ocurrió nunca pensar por el efecto que podría tener en la salud y la longevidad de Su Ilustrísima, el tal Venancio, el hecho de de que tanta gente rezase expresamente por él, día tras día.
Si la oración tiene alguna efectividad, debí pensar, es obvio que Don Venancio y otros obispos deberían llegar a la senectud hechos unos brazos de mar.
Yo no pensé en ésto. Pero Sir Francis Galton, un siglo antes más o menos, sí que lo hizo.
Se planteó la cuestión de si los reyes de Inglaterra, por los que se rezaba contínuamente en todos los rincones del Imperio, habían experimentado o no algún beneficio como consecuencia de la piedad de sus millones de súbditos.
El resultado fue negativo. Galton descubrió que más bien era al revés. Los reyes de Inglaterra tenían una salud fatal (con la notable excepción de la insumergible Victoria). Y nada de longevidad, en términos generales. Posiblemente la causa radicaría en sus dietas excesivamente calóricas y grasas. Quizá. Pero en todo caso, el problema no parecía ser compensado con tantas oraciones.
Sin embargo, pese a estos estudios estadísticos tan divertidos de Galton, lo cierto es que cada vez hay más evidencia de que la fe religiosa sí puede influir de algún modo en la salud. Es casi seguro que los enfermos creyentes obtienen beneficios biológicos de su fé.
La verdad es que si el placebo es eficaz, resultaría extraño que no lo fuese, en alguna medida, la oración y la confianza en un ser superior que nos saque del apuro médico.
Y no digamos los familiares de dichos enfermos, que sin la menor duda encuentran un consuelo significativo en sus creencias y prácticas religiosas.
Escribo ésto desde un hospital gestionado por religiosas, en cuyo espacio central se levanta una enorme capilla. Veo a los familiares entrar una y otra vez allí. Y les veo salir transformados, aliviados.
Por eso me parece peligroso hacer campañas en contra de la creencia en Dios, como esa de los autobuses. Si la fé en un ser supremo y en la otra vida es un fenómeno universal, a lo largo de los milenios, es sin duda porque, de alguna manera, los hombres la necesitan para enfrentarse con la perspectiva de la muerte propia o de un ser querido. Intentar suprimirla sin tener algo que la sustituya puede tener consecuencias dramáticas.
Dejemos a los creyentes que crean. A su aire. Sin perjuicio de que combatamos siempre y con toda energía el uso social de la religión como herramienta de opresión y de manipulación.
Ahí ni una sola concesión.
Pero  combatir la fé en sí misma, es una temeridad.
Y, mientras la muerte siga siendo el más terrible enemigo de nuestra especie, también será una estupidez.


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