Joludi Blog

Abr 12
Y ahora con ustedes…la deflación.
Pues ahora resulta que lo que nos amenaza es la deflación, esa especie de reacción automática de los mercados ante el ciego fanatismo de la austeridad continuada y los recortes interminables. Los gobernantes se...

Y ahora con ustedes…la deflación.

Pues ahora resulta que lo que nos amenaza es la deflación, esa especie de reacción automática de los mercados ante el ciego fanatismo de la austeridad continuada y los recortes interminables. Los gobernantes se apresuran a negarla, lo cual prueba su existencia más allá de toda duda.

Es otra inquietud más y una nueva decepción para las almas cándidas que pensaban que estábamos simplemente ante una crisis temporal del sistema, si bien interminable, y que algún día deberíamos volver a los buenos tiempos. 

El hecho es que hemos pasado por la angustia de ver subir como la espuma la dichosa prima de riesgo a la angustia de ver como los precios empiezan a bajar lentamente, iniciando la temida espiral inflacionaria. De angustia a angustia.

Ahora bien ¿por qué es tan mala la deflación? Al fin y al cabo, el sentido común nos dice que es una buena cosa que los precios bajen. ¿No?

Pues es muy sencillo. Para comprenderlo basta imaginar un supuesto exagerado. Consideremos la hipótesis de que los precios se reduzcan a la mitad en un corto período de tiempo, digamos un mes. Eso implicará que también los salarios se reducirán rápidamente pues las empresas no podrán seguir pagando lo mismo si sus ingresos, vía precios, han disminuido a la mitad. Con los precios demediados, un buen número de empleados tendrán que ser despedidos. Y al mismo tiempo comenzarán a bajar los precios medios de la hora de trabajo. Al cabo de muy poco tiempo, los empleados aceptarán a regañadientes reducciones dramáticas en sus ingresos mensuales, y lo harán porque de no hacerlo, los muchos desempleados que han aparecido intentarán optar a sus puestos de trabajo. 

Hasta aquí todo está claro. Deflación significa precios más bajos, salarios también más bajos, y mas paro adicional (más aún).

Pero el escenario no parece del todo malo para los privilegiados que disponen de puestos de trabajo. Ganan menos, pero gastan menos también. 

El caso es que hay mucho más. Ocurre que con los salarios medios disminuidos, digamos a la mitad, las familias y empresas que tienen hipotecas y disfrutan de créditos, es decir, la mayoría de las familias y la mayoría de las empresas, comprobarán que una enorme parte de sus ingresos se esfuman por culpa del servicio a sus deudas (dejando aparte el cierto efecto compensador de los préstamos a tipo variable y asumiendo un descenso de tipos, algo a lo que me refiero más abajo). Ese mayor impacto de los intereses a pagar por familias y empresas reducirá el consumo y las inversiones, lo que a su vez producirá nuevos descensos de precios…Y ya tenemos la terrible espiral en marcha. La espiral deflacionaria.

Se podría objetar al respecto que en realidad estamos en un juego de suma cero. Si los deudores (familias y empresas) tienen que pagar más (en términos reales) por sus deudas, alguién estará, en contrapartida, ganando justo lo equivalente (los bancos y entidades acreedoras). La economía como un todo no debería sufrir.

Esto es cierto. Pero la teoría económica ha explicado muy bien que el efecto es asimétrico. En tiempos de deflación, el efecto depresor sobre los agobiados deudores resulta ser mucho mayor que el efecto estimulante en los afortunados acreedores. Cuando la deflación es intensa, los que ganan dinero (los bancos) porque cobran más en términos relativos por sus préstamos, prefieren retener esos beneficios en lugar de reinvertirlos, entre otras cosas porque basta mantener el dinero “en el colchón” para obtener una rentabilidad, puesto que la esencia misma de la deflación es que el dinero vale más cada momento que pasa, sin necesidad de “ponerlo a trabajar” ni asumir riesgos especiales (que son particularmente altos en tiempos de espiral deflacionaria y su consiguiente atmósfera de depresión).

También se podría objetar que en tiempos de deflación los tipos de interés deberían bajar. Al fin y al cabo es bien sabido que cuando hay inflación también suben los tipos de interés de forma vertiginosa. O sea, que la inversa también debe darse. Pero de nuevo estamos en un supuesto asimétrico.  Es verdad que en deflación, los bancos, tanto los privados como los bancos centrales, se verán obligados a bajar el precio del dinero debido a que la economía está deprimida y nadie pide nuevos créditos (pues bastante tienen con cumplir con los que ya tienen). Pero lo que los bancos no harán, o al menos no es probable que hagan, es reducir a cero los intereses, o pretender cobrar dinero por los depósitos. Es decir, los intereses en época de deflación bajarán, pero nunca lo suficiente como para compensar la espiral depresiva.

Y aquí tocamos ya uno de los temas clave, a saber, el por qué los bancos y los poderes financieros se sienten mucho más incómodos ante el horizonte deflacionario que ante la perspectiva de un ciclo inflacionario. Es muy simple: en tiempos de inflación, los bancos ganan mucho dinero. En tiempos de deflación, los bancos sufren especialmente. Cuando bajan los precios, el dinero deja de moverse. Y si el dinero deja de moverse, pierden oportunidades de ganancia aquellas entidades que viven precisamente de mover el dinero, es decir, los bancos. También se desploman los mercados bursátiles. Los poseedores de acciones prefieren venderlas y obtener dinero a cambio, ya que tener dinero es algo muy rentable y muy seguro, cosa que en tiempos de deflación no ocurre con las acciones.

Así que la deflación es un espectro que hace temblar muy especialmente a los grandes señores del dinero. Es una fase del ciclo económico tan gravosa para la gente sencilla como el ciclo inflacionario (que empobrece a los asalariados, claro está), pero a diferencia de la inflación, la deflación también fastidia de lo lindo a los mercados financieros, y eso la convierte en su verdadera némesis. Los ciudadanos de a pie sufren tanto con la inflación como con la deflación. Los poderosos del mundo viven mejor con aquella que con esta. Adivina entonces cuál será la prioridad de esos mercenarios del poder financiero a los que llamamos gobiernos. 


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