Joludi Blog

Abr 12
Mysterium.
Cuando yo era niño me impresionaban mucho todas esas liturgias pascuales que tienen lugar en estas fechas y que realidad son perfectamente comprensibles desde el punto de vista antropológico, pues al fin y al cabo no son sino ritos...

Mysterium.

Cuando yo era niño me impresionaban mucho todas esas liturgias pascuales que tienen lugar en estas fechas y que realidad son perfectamente comprensibles desde el punto de vista antropológico, pues al fin y al cabo no son sino ritos apotropaicos para conjurar el pavor respecto a la Muerte. Hoy lo veo todo con comprensión.

El caso es que al niño que fui, tan perplejo ante todo, le parecían sumamente misteriosas aquellas siniestras procesiones que llenaban las calles. Además, yo oía decir a los mayores que eran los “misterios de la Semana Santa”, por lo que esa expresión confirmaba mi sensación de que aquello era en verdad misterioso.

¿Misterioso? ¿Cómo que “misterioso”? A su vez ese término me parecía particularmente extraño en un mundo, como el de la religión, en el que yo veía que todo se nos presentaba como ciertísimo, clarísimo, dogmático, indiscutible y verdadero de toda verdad. ¿Cómo que misterioso, entonces?

Con el tiempo he comprendido que la clave del misterioso misterio era simplemente, como suele ocurrir, una traducción más bien errónea.

La palabra misterio, en griego antiguo, no implicaba la idea de algo inexplicable, sino de algo de lo que no se debía hablar, lo que es muy distinto. Se derivaba del verbo griego muo o mio, que significa enmudecer, callar. Era un término onomatopéyico, pues el propio acto de pronunciar el sonido m nos obliga a cerrar la boca. Algo ha quedado de esta idea entre nosotros. No decir ni mu es estar más mudo que mudo, en cierto modo.

Ahora, bien, entre los griegos, eran comunes ciertos ritos o liturgias secretas, que por ser propias de iniciados, exigían a los participantes un sigilo exquisito. Esto hizo que la palabra misterio acabase significando en griego no tanto la obligación de enmudecer, sino la representación o escenificación teatral respecto de la cual se demandaba máximo secreto. 

Sin embargo, el término mysterion, al pasar al latín, como mysterium, y de ahí a las lenguas romances, lo hizo con la exclusiva connotación de cosa inexplicable, perdiendo el elemento “teatral” y “secretista” que era inherente al vocablo original griego.

Así que los traductores al latín y romances de los textos bíblicos no fueron suficientemente buenos como para captar el matiz “teatral” del misterio griego. Y crearon un lío morrocotudo. Porque aunque quien conozca bien el origen de la palabra (como los teólogos y autores de liturgias) saben que al utilizar misterio solo se refieren a una especial ceremonia, sin especiales enigmas, para el común de los mortales, en cambio, la palabra misterio es…pues eso, misteriosa. Como me ocurría a mí al escucharla cuando era niño y oía al cura decir eso de “vamos a celebrar los sagrados misterios…”

Pero es que incluso el error de traducción ha tenido interesantes consecuencias en el campo estricto de la teología. Hay un tema fascinante que es la noción de “mysterium iniquitatis”, que San Pablo menciona en una de sus epístolas (la segunda a los Tesalonicenses). Esa expresión se ha visto como una extraña referencia al Mal (o Iniquidad) en el mundo, que en verdad es algo misterioso para los creyentes en un Dios bueno y todopoderoso. Pero en realidad, es casi seguro que San Pablo no se refería a eso. Más posiblemente se estaba refiriendo a algo mucho más inquietante, a mi juicio, y mucho más escalofriante. Sí, todo indica que San Pablo, en coherencia con el significado preciso de la expresión griega que utilizó en esa epístola, se refería a algo así como la representación, la escenificación final del Mal en el seno de la Iglesia, entendida como un paso previo para el retorno de Cristo al mundo. Esta interpretación es exactamente la que hace San Agustín y antes que él Ticonio, en quien el de Hipona se inspiró tan a menudo para su obra maestra, la Ciudad de Dios. El Mysterium Iniquitatis de San Pablo es, sin ninguna duda prácticamente, la escenificación de la actividad del Anticristo…en el seno de una Iglesia que es, a la vez, fusca et decora (como reza el Cantar de los Cantares), o sea, oscura y brillante, permixta, mezclada de bien y de mal.

De esa naturaleza dual de la Iglesia (y quizá de toda obra humana) habla estos días Bergoglio, que reconoce por fin el tremendo alcance de la pederastia entre sus filas. Solo le falta decir justamente a este Papa excepcional, que estamos viviendo el verdadero Mysterium Iniquitatis paulino, en su fase final. Pero eso ya lo sugirió  en cierto modo  y sin palabras, su predecesor al tomar esa portentosa decisión de dimitir. Si alguien tiene dudas a este respecto, yo le recomiendo que consulte un largo y sesudo artículo publicado en 1956 por un joven teólogo de 30 años, en la Revue des Etudes Augustiniennes. Es un artículo titulado “Beobachtungen zum Kirchenbegriff des Tyconius im Liber Regularum” y en el se plantea esta concepcion ticoniana y agustiniana del Misterio del Mal como lo que en realidad es, es decir, la representación teatral, la escenificación (mysterium) de la actividad del Anticristo…del Mal operante en el seno de la Iglesia. En particular, el autor del artículo centraba su atención en la séptima de las Reglas de Ticonio, justamente aquella que se titula “De diabolo et eius corpore”, y en la que se describe la doctrina del “corpus bipartitum” de la Iglesa, de su lado diestro y siniestro. 

Pues bien, el joven autor de ese artículo sobre Ticonio y sobre el verdadero Misterio del Mal y el Anticristo en la Iglesia se llamaba, mira por dónde, Joseph Ratzinger.


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