Joludi Blog

Abr 26
El Mito.
Una prebostilla del empresariado organizado, de nombre Mónica, ha propuesto anteayer que el salario mínimo sea aún más mínimo para quien no tiene formación. O algo así. Tiempos extraños estos en los que cualquiera se atreve a proclamar...

El Mito.

Una prebostilla del empresariado organizado, de nombre Mónica, ha propuesto anteayer que el salario mínimo sea aún más mínimo para quien no tiene formación. O algo así. Tiempos extraños estos en los que cualquiera se atreve a proclamar publicamente disparates de este calibre. 

Quizá osan porque lo que subyace a este tipo de propuestas es una mitología que casi está ya consolidada como verdad indiscutible, a saber, la gran mitología de la meritocracia, el cuento de que vivimos en una sociedad en la que todos pueden ser ricos si se lo proponen, si se esfuerzan adecuadamente e, incidentalmente, si se forman para ello. En ese mundo imaginario que nos quieren vender, esto es así.

Sin embargo, se trata, evidentemente, repitámoslo, de un mito. No hay tal meritocracia, más allá de cierta apariencia. Lo que hay es un sistema que, como se ha demostrado científicamente hasta la saciedad, hace a los poderosos cada vez más poderosos, y a los débiles cada vez más débiles. Marx se equivocó al pensar que los rendimientos del capital disminuirían incesantemente por efecto de la dinámica del mercado. No ha sido así. En el juego social, los que han empezado ganando, han seguido ganando y cada vez más. Y cuando les han venido mal dadas, han cambiado las reglas y han seguido ganando.

Ciertamente, el acceso mas o menos universal a la educación y a la formación, en los últimos cien o ciento cincuenta años, ha templado de algún modo esta feroz dinámica del sistema de mercado hacia una desigualdad cada vez más escandalosa. Esto está probado y es la razón de que las curvas de la desigualdad social, a través del siglo veinte (e incluso desde mediados del diecinueve) dibujen altibajos (e incidentalmente hayan dado pie al espejismo de que el crecimiento económico es siempre bueno para todos).

Es verdad que, en nuestro país por ejemplo, en las ceremonias de graduación universitaria, durante las últimas décadas, muchos padres y madres casi analfabetos, veían emocionados, con lágrimas en los ojos y por primera vez en nuestra historia, cómo sus hijos recogían sus títulos. Cada una de esas ceremonias de graduación, era ciertamente un paso importante para que el sistema fuese algo más igualitario y justo. 

Pero esa conquista social del igualitarismo en la educación y la divulgación universal de la formación profesional de alto nivel es justamente una de las que ahora se están recortando de forma más implacable. 

Así que, para compensar, supongo, los infanzones del nuevo feudalismo, se sienten tentados a declinar y proclamar sin cesar ese viejo mito de la meritocracia, e incluso se aventuran a derivar a partir de dicho mito propuestas tan bárbaramente injustas como la que le debemos a esta tal Mónica, marquesa consorte de Perinat y Condesa consorte de Casal, según creo, cuyos estudios en las carísimas Harvard y London School of Economics, no le han hecho comprender que no se puede pretender castigar con la miseria a quien el sistema ya ha castigado previamente con la ignorancia.


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