Joludi Blog

Abr 27
En el aire.
Me lee Marta hoy el titular de una noticia, en el periódico. Dice que en Alemania, “el país de lo políticamente correcto”, está teniendo mucho éxito un libro que arremete contra las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales…
“En el país...

En el aire.

Me lee Marta hoy el titular de una noticia, en el periódico. Dice que en Alemania, “el país de lo políticamente correcto”, está teniendo mucho éxito un libro que arremete contra las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales…

“En el país de lo políticamente correcto…”. 

Le digo a Marta que el periodista puede que no haya caído en la cuenta de que no hay nada extraño en esa aparente contradicción.

Los países se parecen mucho, a gran escala, a las complicadas mentes individuales. Tienen las sociedades su superego (“lo políticamente correcto”) y luego tienen también sus delirios, sus frustraciones oscuras, sus escondidos complejos, sus trastornos obsesivos compulsivos, sus pesadillas recurrentes. 

En el caso alemán, el TOC, la pesadilla recurrente, el demonio familiar es ese fascismo de corte racista, cuya patente les corresponde inequívocamente a los germanos. Al igual que del fascismo de corte no necesariamente racista tienen la patente los galos, desde los tiempos que siguieron al desastre de los communards y la Tercera República. 

Fascismo y nazismo son básicamente la misma cosa, a saber, la aceptación del sistema económico burgués tan solo para ponerlo implacablemente al servicio de una élite, ya sea con la coartada del servicio a la patria en peligro (fascismo) o la del servicio a la raza amenazada (nazismo).

Por eso ahora, con las clases medias más vulnerables o temerosas que nunca, triunfa en Alemania ese escritor canalla (que por cierto es turco, paradójicamente) y llena teatros en Francia ese no menos canalla payaso (de padre camerunés, por cierto) llamado Dieudonné, quien anda desempolvando el antisemitismo finisecular del XIX en su versión más burda y grosera. Ambos, Pirinçci, y Dieudonné, son solo dos signos más del retorno de los espectros. Pero no retornan propiamente, porque en realidad esos adversarios nunca se fueron del todo. Estaban en el aire. Incluso en el aire que cada día venimos respirando. En esa atmósfera que parece justificar ahora más que nunca la explotación del hombre por el hombre y el dominio del fuerte sobre el débil. En ese aire tóxico que produce el impulso morboso hacia el poder por el poder. 


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