Joludi Blog

Abr 30
Unidad.
Eddington explicaba tanto el misterio del fuego tenaz de las estrellas como la pasmosa arquitectura de los átomos con la claridad y habilidad narrativa propia de un literato consumado. Leopardi escribía nada menos que a los 15 años de edad,...

Unidad.

Eddington explicaba tanto el misterio del fuego tenaz de las estrellas como la pasmosa arquitectura de los átomos con la claridad y habilidad narrativa propia de un literato consumado. Leopardi escribía nada menos que a los 15 años de edad, un fascinante libro de astronomía (lo que apuntaba ya su obsesión posterior con el firmamento, a la que debemos alguno de los mejores poemas jamás concebidos). Galileo, expresaba sus teorías en el mejor y más cristalino italiano que se ha escrito nunca (y esto lo asevera alguien tan cualificado para hacerlo como Italo Calvino. Un italiano tan límpido y sutil como el francés de Pascal, cuyos Pensamientos tienen a la vez la brillantez de lo muy profundo y el esplendor de lo muy hermoso. En cuanto a Shakespeare, nacido por cierto en el mismo año que Galileo, se ha demostrado (Peter Usher y Jonathan Bate, por ejemplo) que buena parte de sus obras incluyen alegorías y claves sobre el nuevo sistema copernicano que por entonces se iba abriendo camino entre las mejores mentes de Europa. Esa fijación en el nuevo saber de las estrellas se aprecia en toda la obra de Shakespeare, desde Hamlet, que puede interpretarse en sí misma como una completa alegoría del heliocentrismo y donde hasta el malvado, que comparte nombre de pila con Ptolomeo, se expresa a menudo con terminología extrañamente astronómica (“…retrograde to our desire”) hasta Troilo y Cresida, donde Ulises se refiere a la noble eminence del sol central, o Cimbelino, en una de cuyas escenas cuatro fantasmas bailan en torno al dios Jupiter, en homenaje, sin duda, a los cuatro satélites mediceos que rondan al gran planeta (satélites descubiertos por el genio pisano, mira por dónde el mismo año-1610- en que el de Avon escribe Cimbelino, uno de cuyos protagonistas resulta ser, por cierto, un tal Pisanio). El conocimiento es uno. El saber humano no ha de disociarse. Y la pasión por lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño es el ámbito donde mejor se aprecia la feliz convergencia entre el talento de quienes son capaces de crear belleza intemporal para la mente y los sentidos y quienes se atreven a atisbar con el poder de la Razón los incontables secretos del universo inabarcable.


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