Joludi Blog

Jun 1
Berkeley.
¿Cuántos jóvenes de raza negra estudian en estos momentos en la prestigiosa Universidad de Berkeley, en San Francisco?. Pues un 2%, exactamente. ¿Y cuántos estudiaban allí hace 20 años? Pues cuatro veces más. Un 4%, para ser...

Berkeley.

¿Cuántos jóvenes de raza negra estudian en estos momentos en la prestigiosa Universidad de Berkeley, en San Francisco?. Pues un 2%, exactamente. ¿Y cuántos estudiaban allí hace 20 años? Pues cuatro veces más. Un 4%, para ser precisos.

Bastaría, quizá, este tipo de datos para poner en perspectiva el aberrante camino hacia la desigualdad que es inherente al modelo económico que hemos aceptado en darnos, como si no hubiese otra alternativa. Son datos más elocuentes, tal vez, que todos esos debates sobre las teorías de Krugman y Piketty, y sus presuntas refutaciones por los secuaces del Financial Times. Por cierto, Berkeley presume de llamarse así en honor del filósofo irlandés del mismo nombre. Pero esto es discutible. Lo más probable es que el nombre, asignado en 1853 a un pequeño asentamiento junto a la bahía de San Francisco, nos remita a una poderosa familia norteamericana de terratenientes, entre los que se encontraba el dichoso William Berkeley, gobernador de Virginia. Este triste personaje colonial, al que Pocahontas y su historia han dado cierta fama, escribió al gobierno británico, en 1681 una carta en la que decía lo siguiente: “Gracias a Dios que aquí en Virginia no hay escuelas ni imprentas, y espero que no las haya durante cien años. La instrucción ha traído al mundo la desobediencia, la herejía y las sectas, y la imprenta ha divulgado todo eso, junto con los panfletos contra el gobierno. ¡Dios nos guarde de ambas cosas!”. 


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