Joludi Blog

Jun 10
Humanos.
Cuando se escriba la historia de los robots y la inteligencia artificial, dentro de algún tiempo, en las primeras páginas aparecerá un joven ucraniano, llamado Evgeny Goostman de 13 años, bastante insolente y antipático, más bien pedante,...

Humanos.

Cuando se escriba la historia de los robots y la inteligencia artificial, dentro de algún tiempo, en las primeras páginas aparecerá un joven ucraniano, llamado Evgeny Goostman de 13 años, bastante insolente y antipático, más bien pedante, con un superficial conocimiento del idioma inglés y una extraña tendencia a negarse a contestar preguntas que considera, por alguna razón que no siempre está clara, inapropiadas. 

Como ya sabe todo el mundo, este fantasmagórico adolescente, el tal Goostman, es el rol adoptado por el computador que acaba de pasar el test de Turing, haciendo creer que era humano a 4 de los 12 miembros del jurado constituido a tal efecto. 

El ordenador y su software de codificación semántica que han logrado la relativa hazaña y se han llevado con ello el premio Loebner, es una creación de Vladimir Vesselov. Y si quieres poner a prueba tú mismo las capacidades de esta tecnología, vete a Amazon y haz alguna pregunta sobre algún producto. Te responderá una máquina muy competente, supervisada por el propio Vesselov, que normalmente dará satisfacción a tus dudas sin mayor problema. 

En realidad, todo esto de pasar el Test de Turing tiene menos significado científico de lo que parece. No tiene demasiada miga, más allá de la que los medios de comunicación, en una visión más bien superficial, quieran sacarle.

El propio Alain Turing planteó su famoso test esencialmente como una simple provocación, como un experimento mental; algo para generar debate entre los que en aquellos tiempos (1950) ponían en duda que alguna vez las máquinas llegasen a tener inteligencia. Debate e incertidumbre entre los que cuestionaban la inteligencia artificial desde todos los frentes posibles: el teólógico (“pensar es cosa del alma”), el matemático (“el teorema de Gödel muestra que toda máquina acabará abocada a la inconsistencia o a la indecibilidad”) o el sociológico/pragmático (“más nos valdría que no permitiésemos jamás que las máquinas piensen por nosotros”).

Con el enunciado de su sencillo test, que no tiene ciertamente ningún misterio científico en sí mismo, Turing pretendió tan solo objetivar la cuestión de la inteligencia artificial, en la que él sí creía, aunque con matices, y substraerla del vacuo debate filosófico o incluso religioso que el tema empezaba por entonces a suscitar.

Ahora, 64 años después de la publicación de aquel paper seminal-Computing Machinery and Inteligence-y solo 14 años después de lo que Turing había previsto que se tardaría (cosa asombrosa), sucede que un ordenador, el tal Goostman, ha conseguido pasar por fin el famoso test.

Perfecto. 

Me parece estupendo que las máquinas hayan conseguido emular al ser humano, aunque sea de una manera tan rudimentaria como lo hace el joven Evgeny.

Pero tal vez, la tarea de este tiempo tan oscuro, tan teñido de negro racismo, brutalidad y desigualdad, no sería lograr que los ordenadores parezcan humanos, sino más bien conseguir algo cuya extrema dificultad ya comprobó el propio Turing en sus carnes. 

A saber, que los humanos parezcan, siquiera desde lejos, humanos.


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