Joludi Blog

Mar 23
Tamagotchi.
Encontré ayer, en el maletero del coche, junto a la rueda de repuesto, un “tamagotchi”, sin pilas. Es el artilugio con el que jugaba continuamente mi hija pequeña hace algún tiempo. Se lo entregué de nuevo pero parece que ya no le...

Tamagotchi.

Encontré ayer, en el maletero del coche, junto a la rueda de repuesto, un “tamagotchi”, sin pilas. Es el artilugio con el que jugaba continuamente mi hija pequeña hace algún tiempo. Se lo entregué de nuevo pero parece que ya no le interesa mucho. Se diría que lo ve como algo pasado de moda.

Es curioso que no haya evolucionado ni arraigado este extraño artilugio que tanto éxito tuvo. Recuerdo que incluso despertó reticencias desde instancias eclesiásticas. Hubo quien dijo que esos tamagotchis eran inventos diabólicos, que se apoderaban de las almas de los niños.

A mí me hacían pensar esas acusaciones. Naturalmente no porque yo creyese que Bandai fuese una empresa controlada por las fuerzas del mal y arteramente dedicada a corromper a la infancia. Lo que me hacía pensar mucho es que en realidad, si lo miras bien, la religiosidad es la forma más primitiva del tamagochi.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha fabricado ídolos que luego va cuidando día y noche. Velando por ellos. Nutriéndolos y apaciguándolos con sacrificios, liturgias y ritos imperativos.

El tamagotchi podría verse la quintaesencia de la religiosidad primitiva. Un trasunto electrónico de la idea funcional de dios. Una divinidad primaria con pilas.

Y que nadie piense que digo un barbaridad. Mucho antes que yo, alguien tan cualificado como Platón ya se atrevió a decir que una divinidad a la que se puede aplacar o propiciar con oferta y plegarias es algo más parecido a un perro guardián que a la verdadera idea de lo divino (Leyes, X, 909 d). Tal vez hubiese usado Platón la metáfora del tamagotchi, quizá, en lugar la del perro. Si hubiesen existido por entonces estos curiosos adminículos.


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