Cuando liberaron Auschwitz, los soldados que inspeccionaban las instalaciones encontraron un gran almacén que estaba lleno hasta arriba de un material parecido a la paja vieja. Pensaron que era el relleno para los jergones de los prisioneros.
Pero uno de aquellos soldados se detuvo un instante. Y examinó con más calma aquellos sacos llenos del extraño material.
No se trataba de paja. Eran cabellos de mujer. Siete toneladas de cabellos de mujer.