Joludi Blog

Mar 26
La Felicidad.
“Un brillante asesor de Bolsa de Nueva York, de esos financieros todopoderosos que dominan todos los resortes de la ingeniería del dinero, cayó gravemente enfermo. Se le diagnosticó una enfermedad muy rara e incurable. Los médicos le...

La Felicidad.

Un brillante asesor de Bolsa de Nueva York, de esos financieros todopoderosos que dominan todos los resortes de la ingeniería del dinero, cayó gravemente enfermo. Se le diagnosticó una enfermedad muy rara e incurable. Los médicos le explicaron el pronóstico y le auguraron apenas unos meses de vida. De nada le sirvió su enorme fortuna y los muchos influyentes amigos que tenía.

Así fue. El hombre murió. Como quien cae profundamente dormido, expiró su último aliento en su habitación del lujoso hospital.

Entonces se despertó en un lugar maravilloso. Un lugar donde al parecer, como no tardó en descubrir, se podían disfrutar de todos los placeres y satisfacer todos los deseos.

El hombre estaba fascinado. Durante muchos, muchos días, gozó de cuanto se podía gozar. No se privó de nada absolutamente. Allí todo estaba al alcance de la mano. Todo estaba permitido. Qué gran suerte.

Pero con el paso del tiempo, el hombre comenzó a aburrirse. Primero era un cierto, leve tedio. Pero luego era un cansancio insoportable de las cosas. Nada le complacía ya. Lo había probado y disfrutado todo hasta la saciedad. Estaba ahito. Insoportablemente hastiado de la abundancia de placeres.

Entonces trató de buscar a alguien a quien pudiese plantear su problema. Decidió hablar con uno de los silenciosos camareros que le traían a su mansión, cada mañaña, al despertar, el habitual zumo de pomelo combinado con champagne francés con el que le gustaba abrir la jornada.

–Esto no puede seguir así. No soporto más tanta felicidad. Necesito retos, desafíos…Estoy abrumado por tanta dicha. Incluso me vendría bien algún que otro problema, y  también un poco de trabajo, por qué no. ¿Hay Bolsa aquí? ¿Mercado de Valores? ¿Futuros? ¿Hedge Founds?

–Señor, lo que pide es imposible–replicó el camarero–aquí no puede haber trabajo de ningún tipo, ni retos, ni desafíos. Ni mucho menos bolsas de valores–Esto es pura dicha. Es como es y seguirá siendo así por toda la eternidad.

–¡Venga ya!–dijo el hombre–no puedo creer que el Cielo sea eternamente así de insoportablemente aburrido…Tiene que haber alguna forma…

–¿Y quién le ha dicho a usted, señor, que ésto es el Cielo.?-replicó el camarero.


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