Joludi Blog

Mar 27
Morganático.
Recuerdo que de niño me impresionaba mucho esta palabra, que al parecer se usaba para referirse a los matrimonios entre personas de sangre real y plebeyos, o algo así.
Me resultaba muy intrigante eso de “morganático”. ¿Alguna relación...

Morganático.

Recuerdo que de niño me impresionaba mucho esta palabra, que al parecer se usaba para referirse a los matrimonios entre personas de sangre real y plebeyos, o algo así.

Me resultaba muy intrigante eso de “morganático”. ¿Alguna relación tenían este tipo de matrimonios con el Capitán Morgan? ¡Cómo podía ser eso!

En realidad, la palabreja viene del aleman: “morgen gaben”, que significa “regalo de la mañana”.

Desde el medievo, cuando un hombre noble o un rico se casaba con una mujer plebeya, contrariando con ello los principios básicos de los arreglos matrimoniales, lo normal era que pactasen la total exclusión de la mujer con respecto a los derechos hereditarios y del patrimonio del hombre.

Sin embargo, para no dejar a la mujer totalmente desprotegida en caso de que muriese el marido, se consideraba necesario garantizarle a ella una renta vitalicia en caso de fallecimiento del hombre. Solo eso. Pero, necesariamente eso.

Inicialmente, aquella pensión de la posible viuda se garantizaba con una entrega de dinero que se hacía al amanecer de la primera noche de bodas (lo que le daba al tema un sentido mercantil aún más horroroso, claro).

Esa entrega de dinero al amanecer, era el “regalo de la mañana”, el “morgen gaben”.Y el matrimonio celebrado bajo este supuesto económico era un matrimonio “morganatic” o morganático.

Un ejemplo inmortal de matrimonio morganático lo tenemos en la obra genial de Van Eyck, tan mal llamada en castellano “el Matrimonio Arnolfini”. Mal llamadas pues da la idea de que Van Eyck nos quiere mostrar una simple escena conyugal cotidiana ( con la esposa en estado aparente de buena esperanza, aunque hoy sabemos que en realidad esa “curvatura” del abdomen se debe a la extraña moda vigente en la época, no a un embarazo).

La obra muestra más bien los “esponsales de Giovanni Arnolfini”, no todavía el “matrimonio Arnolfini”. La denominación castellana es simplemente una mala traducción del inglés “marriage”. Hay que recordar que el cuadro es otra de grandes las joyas de la National Gallery de Londres, junto a la Venus del Espejo y a otras obras maestras inconmensurables.

El tal Arnolfini era uno entre muchos riquísimos comerciantes y banqueros italianos que había en Brujas, capital económica del mundo por aquel tiempo (y principal sucursal de la “Banca Medici” por cierto). Fueron esos italianos potentados de Flandes, curiosamente, los que en buena medida hicieron posible el arte del Renacimiento en Italia. Y cuando Flandes cayó, también entró en decadencia el mecenazgo artístico en Italia. Todo está relacionado…

Lo que estamos viendo en la pintura prodigiosa de Van Eyck es un rito matrimonial. En el espejito redondo y cóncavo del cuadro (un invento alemán que se vendá a precio de oro en Flandes) se pueden incluso atisbar los testigos de la boda entre los que está el pintor, con un raro ropaje azul. Además, el artista, excepcionalmente y para reforzar su carácter de testigo, firmó la obra con un “de Eyck Fuit Hic” (Van Eyck estuvo aquí) y no con el habitual “de Eyck Fecit” (Van Eyck Hizo). Matiz importante: es un cuadro pintado desde el punto de vista de los testigos de la escena; una idea por cierto que Velazquez copiaría literalmente (pictóricamente) en sus Meninas y sobre la que se explayó Foucault en uno de sus tostones crípticos más conocidos.

Hasta el Concilio de Trento, la Iglesia no exigía que los matrimonios se celebrasen en el altar y con mediación de un sacerdote. Bastaba la voluntad de los contrayentes expresada públicamente y con algunos testigos. Se solía hacer ésto en el pórtico de una iglesia, pero en los países del centro y norte de Europa era también habitual hacerlo en las casas. El rito consistía esencialmente en que el hombre realizaba un solemne juramento y tomaba la mano de la esposa, tal como vemos que hace Giovanni Arnolfini en la fabulosa obra de Van Eyck. La mujer no vestía nunca de blanco, por lo menos no hasta mediados del siglo XIX. Era más habitual usar ropajes de gran colorido, para mostrar con ello gran pujanza económica.

El blanco nupcial solo tiene sentido cuando, ya en el siglo XIX, los tintes abaratan la ropa de color y ya resulta irrelevante esa ropa como símbolo de poder.

Así que el cuadro de Van Eyck puede verse como un símbolo visual de la institución del matrimonio (aparece por todas partes, por ejemplo en la cabecera de la serie de TV Mujeres Desesperadas). Pero, con más precisión, debería considerarse esta obra como el icono perfecto de los matrimonios “morganáticos”, esa palabra tan fea que a mí tanto me sorprendía de niño. Una palabra que ahora me sigue pareciendo muy fea, pero ya se por qué.

Los años no cambian generalmente nuestras primeras percepciones. Solo nos ayudan a entenderlas. Con suerte.