Joludi Blog

Ago 22
Una historia de furia y ruido contada por un borderline.
Si hay algo que la crisis económica está poniendo en cuestión, es precisamente la ciencia económica. Las mejores mentes empiezan ya a pensar que solo se puede entender y resolver lo que ocurre...

Una historia de furia y ruido contada por un borderline.

Si hay algo que la crisis económica está poniendo en cuestión, es precisamente la ciencia económica. Las mejores mentes empiezan ya a pensar que solo se puede entender y resolver lo que ocurre renegando del pensamiento económico clásico y recurriendo a otras disciplinas y métodos. Cada día surge un nuevo enfoque en este sentido. Por ejemplo, ahora hay quien sostiene que debería estudiarse lo que está ocurriendo en el mundo financiero analizándolo desde la perspectiva estrictamente psiquiátrica, pues el comportamiento de los mercados, con esas euforias y pánicos injustificados, reproduce muchas de las características de las personalidades borderline. El mercado, como un todo, resulta ser justo lo opuesto de ese ente abstracto, frío, cruel e hiperracional del que nos hablaba Marx. La refutación de la racionalidad del agente económico individual, en el enfoque de Kahneman y Tversky, converge ahora con la refutación de la racionalidad colectiva en los mercados. La Paradoja del Individuo converge con la Paradoja del Colectivo.

Del mismo modo, también se está interpretando la crisis actual combinando la forma de pensar de los biólogos, etólogos y los expertos en teorías de sistemas. Se vuelve a plantear por ejemplo el enfoque de Herbert Simon, que en los años 60 del siglo pasado demostró que la evolución de ciertos sistemas hacia una complejidad creciente implicaba, precisamente por esa complejidad, su propia condena a muerte. Estudiando las crisis ecológicas en la selva amazónica, en comparación con la estabilidad de la savana africana, Simon demostró que la complejidad aumenta exponencialmente los riesgos de catástrofe y extinción en los subsistemas. Y, ciertamente, si hay algo tan complejo y por lo tanto vulnerable como la selva amazónica eso es sin duda el diabólico mundo de nuestros bancos y nuestros sistemas financieros. De forma similar, muchos pensadores están analizando la crisis económica con la mentalidad de quienes estudian una epidemia vírica, asumiendo que los grandes bancos, con su expansión y diversificación tentacular, reproducen en muchos sentidos las pautas de expansión de las enfermedades contagiosas.

Lo cierto es que nadie es capaz todavía de predecir lo que va a ocurrir en los mercados no ya dentro de un mes o un año, sino siquiera esta misma mañana, cuando abran las Bolsas. Pero esta incapacidad de predicción (que ya Robert May en los 70 demostró ser algo inherente a la dinámica caótica de los mercados de valores) es precisamente lo que desdibuja el carácter científico de la Economía. Si algo caracteriza a la Ciencia es la capacidad de predecir. Y si no se puede predecir, no hay Ciencia. 

O sea, que la realidad está dando la razón a Bertrand Russell cuando indicaba que no se había dedicado a la economía no por falta de ganas sino porque le parecía algo “demasiado difícil” (¡a él!).  Sí. Algo demasiado difícil, demasiado complejo y demasiado irracional como para ser modelizado con una mínima garantía de predicción. Algo que, por utilizar una metáfora inmortal, se está pareciendo cada vez más a una historia de furia y ruido contada por un idiota. O más que por un idiota, ciertamente, por un borderline.



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