Joludi Blog

Ago 27
El Cuervo
Me llama la atención Marta, mientras, ay, se come unas lamentables alitas de pollo en el burger de Kinépolis, sobre el curioso hecho de que no se cocine en ningún sitio carne de cuervo, a pesar de lo grandotes que son. Es una buena...

El Cuervo

Me llama la atención Marta, mientras, ay, se come unas lamentables alitas de pollo en el burger de Kinépolis, sobre el curioso hecho de que no se cocine en ningún sitio carne de cuervo, a pesar de lo grandotes que son. Es una buena observación. No existe ningún restaurante, ni siquiera de la novísima cocina, donde te sirvan pechuguitas de cuervo estofadas con su salsa de frambuesas o muslos de cuervo al marsala. Nada de eso. ¿Cuál puede ser la causa? Es un tema interesante, la verdad. Y me da para entretener a mi hija mientras esperamos que llegue la hora del cine.

Se podría empezar diciendo que el cuervo era un animal sagrado de los pueblos del norte de Europa. Para los guerreros vikingos, que atacaban imitando el grito del cuervo, era un ser totémico, por ejemplo, que adornaba sus cascos y banderas. Para los germánicos pre-cristianos era el gran ave sagrada, el símbolo de guerra y sabiduría, de muerte y magia. El dios Odin se representaba siempre junto a sus dos cuervos, el del pensamiento y el de la venganza o memoria. Su negrura no era presagio de mal agüero, sino todo lo contrario, porque para los germanos, el negro brillante era el color de la suprema pureza. Y nada más negro que las plumas de un cuervo.

Esta vinculación del cuervo al paganismo obligó al cristianismo medieval a prohibirlo completamente. Se decretó que era un animal maldito, impuro, una criatura cuya carne había que evitar comer a toda costa. En 751 d.c, San Bonifacio, obispo en Germania, escribe al Papa Zacarías para preguntarle la lista de animales usualmente ingeridos por sus feligreses convertidos recientemente del paganismo, que deberían ser proscritos. El Papa le contesta con claridad y nos consta esa respuesta: cuervos, cornejas, cigueñas, caballos salvajes y liebres.

Pero si nos remontamos más atrás también encontramos razones para entender por qué el cuervo tiene tan mala imagen en nuestra cultura. Podemos recordar el pasaje bíblico en el que Noé, tras cuarenta días de navegación, le pide a un cuervo que salga del arca para comprobar si las aguas se han retirado. Pero el cuervo, en lugar de volver con la información para Noé, se queda por ahí fuera disfrutando de un banquete de cadáveres.

Así que la Biblia configura, ya desde el Génesis, al cuervo como una criatura malvada, desobediente y carroñera (aunque el hecho de que el cuervo no volviese al Arca fue para Noe un buen augurio, por cierto, la primera de todas las misiones adivinatorias del córvido). Por si fuera poco, en el mundo bíblico, la divinidad es la luz, aquello que se opone a las tinieblas y nada hay más tenebroso que el plumaje de un cuervo. O sea, toda clase de razones para considerar al cuervo un ser odioso y repugnante en nuestra civilización judeocristiana (no así en Oriente Lejano, donde el cuervo es visto como un ser positivo y se alaba su sentido de protección hacia sus crías).

En la Antigüedad grecolatina la cosa era mucho más ambigua. En la mitología griega, el cuervo negro es inicialmente una paloma blanca que un día resulta castigada por los dioses, concretamente por Apolo. Este dios se venga del cuervo volviéndolo negro, por haber sido este ave quien le ha informado de la traición de su amada, la bella Coronis, madre de Esculapio. Apolo castiga al informador alado con la negrura, iniciando así la acendrada tradición de los poderosos de castigar al mensajero…

En Roma el cuervo es más bien un ser admirado y apreciado, especialmente por su proverbial astucia, lo que lo convierte en un protagonista de muchas prácticas adivinatorias. Plinio dice que el cuervo es el único ser capaz de entender los presagios que transmite a los sacerdotes. La vinculación romana de los cuervos con la adivinación, muy reforzada por el mitraismo, en el que el cuervo era talismán de suerte, es una razón más para que el medievo cristiano los proscriba a toda costa…

Pagano, carroñero, astuto, con un graznido, gr, jr, jrak, totalmente escalofriante (que es tan impactante como para originar el nombre del ave en casi todos los idiomas, desde el inglés crow o raven o el horeb hebreo al krako nórdico, el grajo nuestro o el griego korax)  y sobre todo negro, muy negro. Sí, todo juega en contra del pobre cuervo y lo convierte, en esas terribles palabras de Spenser que parecen inspiradas en el Mahabbarata en uno de esos:

“odiosos mensajeros de las cosas graves, que dan de la muerte y el dolor triste noticia” (“…the hatefull messengers of heavy things, of death and dolor telling sad tidings”). 

Solo ahora, cuando la ciencia descubre la portentosa inteligencia de los cuervos (dando la razón con ello a toda esa tradición histórica que ve en el cuervo un adivino o un maquiavelo) se empieza a rehabilitar a estas aves que ya son consideradas por los investigadores a la altura intelectual de los chimpancés o los delfines. Pero su inquietante negrura, esa negrura del alma triste a la que se refería Poe, subsistirá siempre, sea cual sea su IQ. Y en un entorno cultural como el nuestro, donde lo negro es el símbolo profundo de la muerte, no es nada probable que Burger King ofrezca en un futuro alitas de cuervo, grajo o corneja picantes. Seguirán con esos infectos desechos de pollo, como estos que mi hija acaba de devorar con inusual premura, a fin de no perdernos la próxima sesión de Manuale de Amore. Algo que sin duda creo le va a interesar bastante más a Marta que todas mis sandeces sobre el cuervo y su significado antropológico. Sniff…



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