Joludi Blog

Ago 18
De pulpos y corazones rotos.   Mercedes y Michael se acaban de marchar para cenar en una pulpería. Se me pasó contarles alguna cosilla sobre esta criatura fascinante que se van a zampar esta noche. Por ejemplo, seguro que les habría interesado saber...
De pulpos y corazones rotos.
Mercedes y Michael se acaban de marchar para cenar en una pulpería. Se me pasó contarles alguna cosilla sobre esta criatura fascinante que se van a zampar esta noche. Por ejemplo, seguro que les habría interesado saber que el pulpo, el octopus vulgaris, es un prodigio de inteligencia. Hay muchos estudios recientes que constatan esto. Bien sabido es que, por ejemplo, los pulpos son capaces de partir hábilmente cocos para utilizarlos como refugio una vez demediados. Y mucho más.
Es el pulpo una criatura de infinitos recursos, nada vulgaris, pese a su denominación taxonómica, como ya había notado, hace dos milenios, Opiano de Anazarbo, el autor de Aliéutica, que es el primer tratado sobre pesca de la Antigüedad. Este escritor, recomendaba al hombre de mundo tomar al pulpo como modelo, aprender de su increible sentido de la adaptación y el camuflaje, de su prudencia, de sus movimientos veloces, imprevisibles, de su singular forma de estar siempre en guardia y de su capacidad para mimetizarse con el ambiente y atraer con este engaño a su presa, que solo lo reconocerá cuando ya será demasiado tarde.
Homero compara a Ulises, el polimejanos, el de los muchos trucos, con un pulpo que se agarra a la roca con sus ventosas para evitar que el mar furioso se lo lleve. Plinio también cuenta la historia de un pulpo gigante que arrebata una y otra vez a los pescadores sus peces en el muelle, sean cual sean las barreras que estos van poniendo para frenar a la astuta criatura; incluso es capaz el pulpo ladrón de subir a los árboles para llegar hasta su botín (pulpos en árboles, un curioso topos de la antigüedad griega…).
Pero al pulpo le pierde tan solo su afán de seguridad y su metis, su astucia. Tan pronto un pulpo ve un espacio cóncavo donde refugiarse, lo explora a fin de utilizarlo. Puede ser un pequeño hueco en las rocas. O un viejo cuenco de barro hundido en el fondo. Si se adapta al tamaño del pulpo, este acabará acurrucándose ahí para sentirse protegido y esperar sin peligro que se acerquen sus inadvertidas víctimas.
A partir de esta conducta, muchos pescadores en muchos lugares del mundo, aprenden a cazar pulpos mediante recipientes destinados a servir de fatal refugio a este cefalópodo. Metis contra metis. Hace falta mucha furbizia para coger a contrapie a una criatura que tiene ocho.
La técnica más llamativa es la que usan los pescadores napolitanos, un punto más astutos que los propios pulpos. Dejan caer al fondo unas ollas llenas de yeso y piedras blancas. Y se limitan a esperar y ver. Los pulpos, atraídos por la blancura luminosa del yeso, se acercan a las ollas y las vacían, para convertirlas en su refugio. Al salir el yeso de las ollas y subir a la superficie, los pescadores ya saben que un pulpo ha caído en la trampa. Entonces bucean y allí donde ven las piedras blancas ya saben que está la olla en cuyo interior se esconde el pulpo.
Los pescadores japoneses utilizan también unas ollas para pescar pulpos, aunque no me consta que usen el truco del yeso. A esas ollas, en japón las llaman takotsubos, es decir trampas (tsubo) para pulpos (tako).
Lo curioso es que la palabra takotsubo se ha hecho universal. Y por una razón muy curiosa.
Resulta que los médicos japoneses fueron los primeros en establecer el síndrome de corazón roto por amor. O más bien reventado. Se trata de una dolencia cardíaca gravísima que sobreviene cuando un individuo se ve abatido por una gran desgracia, típicamente una crisis amorosa o la pérdida de un partner,  y le sobreviene un diluvio interior de catecolaminas que acaba por romperle la víscera cardíaca. Y ocurre que la forma que adopta el ventriculo del corazón cuando tiene lugar este síndrome, es precisamente (así lo vieron los médicos japoneses) la de una olla para cazar pulpos, es decir un takotsubo.
De modo que el takotsubo, como te será fácil comprobar en internet, es no solo la trampa para capturar a uno de los animales más inteligentes de la Naturaleza, sino también para el síndrome fatal que padecen los que por cuestiones de amor ven su corazón roto. Porque el desamor, ciertamente, puede reventar el corazón, como ya sabíamos por la literatura, cuando recordamos lo que le ocurre al Rey Lear, o a Lady Montague, o a Elena de Astolat o a incontables personajes que desfallecen o fallecen por un mal de amores. Lo intuía, incrédulo, aquel cantante italiano: d'amore non si muore, e non mi so spiegare perché muoio per te..,
Les pienso contar todo esto a Michael y Mercedes cuando vuelvan de la pulpería. Si se dejan. Y si yo no estoy vencido por el sueño.

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