Joludi Blog

Sep 11
Labalaba.
No conseguí fotografiar decentemente ninguna mariposa, en la tarde que pasé en el Lago Manyara, pese a las 1400 especies catalogadas en Tanzania. Todo lo que logré fue una instantánea de una (posiblemente) belenais muy polvorienta que, para...

Labalaba.

No conseguí fotografiar decentemente ninguna mariposa, en la tarde que pasé en el Lago Manyara, pese a las 1400 especies catalogadas en Tanzania. Todo lo que logré fue una instantánea de una (posiblemente) belenais muy polvorienta que, para fastidiarme, se negó obstinadamente a abrir sus alas ante mi objetivo y solo lo hizo cuando me incorporé, harto ya de resistir el sol y los mosquitos. Me llevé desde luego la belleza de esas criaturas en la memoria. Una belleza que, por cierto, los hombres reconocemos universalmente, independientemente de nuestra cultura o condición. Este reconocimiento de la mariposa es una universalidad que parece reflejarse en la aliteración que está presente en su denominación en muchísimos lenguajes. Es algo realmente notable cómo se da siempre una repetición silábica, como si el imaginario artífice del lenguaje en cuestión hubiese pretendido reflejar fonéticamente el incesante aleteo del lepidóptero. Llaman a la mariposa kipepeo en swahili, volvoreta en portugués, papillon en francés, farfalla en italiano,  bumblebee en inglés, babochka en ruso…Y si investigas un poco en otros idiomas te encuentras a menudo con el mismo fenómeno, desde el pieperuda del búlgaro al precioso labalaba de los hablantes del yoruba, en Africa Occidental. Tiene que haber alguna explicación chomskiana para esta constante. A mí se me ocurre que no es otra sino un eco de la profunda similitud de todos los seres, independientemente de su raza o condición. Solo nos diferenciamos en verdad, como diría Jardiel Poncela, a lo sumo, en la marca de ropa interior que usamos. Esto se aprecia viajando.


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