Joludi Blog

Oct 5
Dichosa Edad.
En un almuerzo, escucho a alguien pontificar dogmáticamente sobre la superioridad de la cultura occidental y sobre ese progreso imparable, continuado, maravilloso, que al parecer la moderna tecnología hace posible. Por eso, dice el...

Dichosa Edad.

En un almuerzo, escucho a alguien pontificar dogmáticamente sobre la superioridad de la cultura occidental y sobre ese progreso imparable, continuado, maravilloso, que al parecer la moderna tecnología hace posible. Por eso, dice el docto opinante mientras da cuenta de su solomillo y sorbe su copa de buen vino, es una gran suerte que nos haya tocado vivir en estos tiempos; son sin duda los mejores posibles.

Esta idea que, insisto, se manifiesta por doquier y casi siempre dogmáticamente, es una genuina banalidad que tiene su origen, si se me permite la simplificación, en Spencer y en Darwin, y en general en la suma del pensamiento ilustrado francés del XVIII, más la mentalidad imperial victoriana del XIX y todo revuelto con la Revolución Industrial y el maquinismo. Hasta entonces, nadie tenía claro en absoluto que la Humanidad progresase necesariamente, de acuerdo con una función de pendiente siempre positiva. Si acaso se daba lo contrario, como nos sugiere el famoso discurso de Don Quijote: “dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien lo antiguos pusieron el nombre de dorados…”

La teoría de la selección natural, y el dominio planetario del hombre blanco europeo o anglosajón, durante buena parte de la Edad Contemporánea, han acabado asentando en las mentes la idea absurda de que cualquier tiempo pasado fue peor y que la superioridad del hombre europeo y sus valores se debe a una manifiestación lógica y necesaria de esa misma idea de selección natural y hegemonía del mejor adaptado, en el plano de la sociedad y la historia. 

Pero no hay ninguna base para sostener ese lugar común tan sospechoso de etnocentrismo y cronocentrismo que ya indignaba a Malinowski . Para empezar, el motor de la Historia, al igual que el de la evolución de las especies, no es solo necesidad sino una endiablada combinación de azar y necesidad. Y el azar, lo sabemos bien, crea monstruos tanto en la Biología, como en la Historia. ¿Puede alguien decir que la Humanidad era más feliz durante los tiempos del Holocausto nazi que en la Belle Epoque? ¿Y estamos seguros de que era más feliz o mejor el mundo durante aquellas décadas particularmente malditas de la primera mitad del siglo XVII, que Geoffrey Parker nos ha mostrado y descrito en todo su horror, que en el amanecer cultural del Quattrocento, cuando Europa se recuperaba de la Peste Negra y renacía el arte y el saber por todas partes? Tampoco creo que nadie pueda garantizar que toda esta tecnología y todo este progreso que ahora disfrutamos no vaya a acabar conduciéndonos a un cataclismo ecológico, si no lo remediamos, a una catástrofe nuclear o a ambas cosas.

El optimismo histórico es un error. Y está relacionado con otra idea arraigada en las mentes superficiales, a saber, que los hombres del pasado eran por lo general más bien cortos de mente, en relación con nosotros, que somos profundos y clarividentes. Pero esto es un inmenso disparate. Quien piensa eso no ha leído una sola página de Platón. O del rabí Hillel. O de San Agustín. O de Maimónides. O de Omar Khayam. O de Shakespeare. O de Leopardi. 

No. No hay ninguna base para pensar que el hombre contemporáneo sea más sabio, más profundo o más lúcido que los que le han precedido en los cincuenta o sesenta siglos anteriores. Ni tampoco tiene mucho sentido ese ciego optimismo histórico, que Bertrand Russell refutó mucho mejor de lo que yo pueda hacerlo. La dinámica de la Historia responde al igual que la de la Biología a mecanismos que son tanto de necesidad como de puro azar. Y el azar, ciertamente, produce monstruos tanto en la Naturaleza como en la Historia. Monstruos que rompen cualquier ilusión de linealidad. Y entre esos monstruos, a mi juicio, le debemos no pocos al fanatismo tecnológico.

Pero es que, además, carecemos de criterios universalmente aceptados para decidir si esta u otra forma de vida es mejor que esa o aquella. Alguien podría tomar como referencia, por ejemplo, la tasa de suicidios, que podría ser un índice razonable del bienestar subjetivo. Pues parece ser que estamos en estos momentos, mira por dónde, en el pico histórico en lo que respecta a esta triste estadística. Lo mismo se podría decir del consumo de ansiolíticos o de la percepción subjetiva de soledad, frustración y vacío que alcanza ya un nivel pandémico en este nuevo mundo de la conexión permanente y las redes sociales. O del espectro del desempleo crónico y el estancamiento de los ingresos medios de los trabajadores que parece haber sido la verdadera consecuencia de la irrupción de la economía digital. O del crecimiento imparable de la desigualdad hasta niveles que ofenden cualquier sensibilidad.

Si a mí me preguntan sobre cómo creo que es el nivel de felicidad y de verdadero desarrolo de la Humanidad  a lo largo de la Historia, solo puedo responder tal como lo hacía Getty cuando le preguntaban sobre la Bolsa de Valores. Se limitaba a decir: fluctúa.

Y cuando me preguntan en qué época me gustaría vivir, lo cual es una cuestión profundamente idiota, suelo empezar diciendo que, como intentó demostrar Sahlins y otros brillantes antropólogos, no me parece que en las culturas de cazadores/recolectores haya verdadera pobreza, sino todo lo contrario. Y afirmo seguidamente, consciente de la provocación inscrita en lo que digo, que me gustaría haber vivido en el Paleolítico, cuando aún no había comenzado el camino hacia la calamidad ecológica que se inauguró con la revolución neolítica; cuando la Humanidad, esos pocos cientos de miles de hombres libres, aún no se creían dueños del planeta y todavía no habían encontrado la forma de sojuzgar y manipular a otras criaturas, sentando con ello las bases de mil y una enfermedades infecciosas; cuando el ser humano no había aún abrazado la locura agrícola, que convirtió a las personas en meros productores de grano y constructores forzados de templos, silos y murallas, con sus sórdidas consecuencias en términos de acumulación de riqueza, emergencia de jerarquías de poder y de agresión, dominio brutal de unos hombres sobre otros y relegación de la mujer a las meras funciones de parturienta en serie y proveedora biológica de braceros.


  1. vistoporahifuera ha reblogueado esto desde nexusenorion y ha añadido:
    BIEN¡¡¡ una buena reflexión…acertada¡¡¡ Si me pregunto eso de la época…efectívamente es un poco tonto preguntarselo,...
  2. dabelu ha reblogueado esto desde nexusenorion
  3. nexusenorion ha reblogueado esto desde joludi y ha añadido:
    ¡Ovación cerrada para joludi!
  4. joludi ha publicado esto