Joludi Blog

Oct 15
La Cuarta Pata del Toro.
Durante la cena, degustando unos espléndidos burritos veganos preparados por Michael, hablamos sobre la prodigiosa eclosión del míedo irracional y el ciego egoismo que ha desencadenado la llegada del virus a nuestro entorno...

La Cuarta Pata del Toro.

Durante la cena, degustando unos espléndidos burritos veganos preparados por Michael, hablamos sobre la prodigiosa eclosión del míedo irracional y el ciego egoismo que ha desencadenado la llegada del virus a nuestro entorno próximo. Comentamos noticias lacerantes, como la de ese enfermero a cuyos hijos tratan de estigmatizar en el colegio por el simple hecho de que su padre cuida, valerosamente, a un enfermo de Ebola.

Aprovechando estos comentarios, y el hecho de que mientras cenamos tengo una audiencia razonablemente cautiva, me lanzo a hablar sobre la diferencia de la concepción cronólogica y cosmogónica entre Occidente y la India.

En Occidente, nuestra idea del Tiempo es lineal y ascendente. 

Tendemos a pensar que, pese a los diferentes avatares y retrocesos, la Historia y el Hombre van evolucionando desde lo imperfecto a lo perfecto, en una especie de línea esencialmente recta que partiendo de la nada o del caos ha de llevarnos hasta no se sabe muy bien dónde, pero siempre en pasos firmes que avanzan y progresan por definición. Axiomáticamente.

En la antropología hindú las cosas se ven de modo totalmente opuesto. La Historia del Universo no traza líneas rectas, sino circulares. Y no se concibe nada en absoluto como una idea de progreso ontológico, sino más bien todo lo contrario, en ciclos de destrucción que se suceden sin fin y que se diría evocan extrañamente la noción física de aumento de la entropía.

En esa cosmología tradicional hindú, el mundo atraviesa cuatro edades o “yugas” que transcurren a lo largo de una trayectoria regresiva. Se comienza con el amanecer de una especie de edad dorada, similar al antiguo mito grecorromano, y se termina con una catástrofe final que dará origen a un nuevo universo, creado por un nuevo demiurgo. El ciclo es virtualmente interminable, pues mil “yugas” apenas forman un solo kalpa, es decir, una jornada en la vida de Brahma, delegado en el mundo del Dios supremo y eterno. Y tengamos en cuenta que la vida de Brahma debe extenderse por mil kalpas, sabiendo además que, entre yuga y yuga, Brahma siempre duerme una plácida siesta, durante la cual el universo y la historia quedan en suspenso.

Pero lo que nos interesa es lo que ocurre en cada uno de esos ciclos de cuatro “yugas”. En esencia, cada ciclo es concebido como la aniquilación progresiva y por fases, de un Toro Cósmico (equivalente al Tauro de nuestra tradición astrológica). Ese Toro simboliza la Ley Universal, el dharma, y va perdiendo en cada edad o yuga una de sus cuatro patas, que a su vez representan los cuatro elementos de la Ley Universal.

De acuerdo con esta tradición hindú, nosotros nos encontramos ahora en la última yuga, la peor de cada ciclo, la kaliyuga o yuga de Kali, que es la deidad maligna. Al término de esta yuga, que se inició en el 3102 a.c, los hindúes piensan que se manifestarán terribles desastres, se alterará “la sequedad y el hielo”, y las aguas llegarán hasta el Cielo en una especie de pralaya o diluvio universal muy similar al de la tradición sumeria y judaica (no faltará, al timón de su barca salvadora, cargada de especies vivas, el correspondiente Noé, que entre los hindúes se llamará Manu).

En esta kaliyuga, el toro místico del dharma ya solo se apoya en una de sus patas. Ha perdido las otras tres, que son la Verdad, la No Violencia, el Dominio de Sí Mismo. Le queda solo una de sus  extremidades. 

Esa cuarta pata, la única que ya sostiene el frágil mundo en estos momentos, de acuerdo con la religiosidad hindú, es precisamente la Generosidad. 


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