“No bromeamos”.
Como era de esperar, comienza ya el debate, cargado de implicaciones de todo tipo, que van desde lo filosófico a lo económico, sobre si el siniestro de Germanwings en Los Alpes debe interpretarse como un simple e impredecible error humano o si es más bien algo que deba contemplarse en clave empresarial o social.
Los que defiendan la tesis de mero e “impredecible error humano” (como he leído en algún periódico esta mañana), lo van a tener difícil.
Porque precisamente, la sociología nace como ciencia, de la mano de Durkheim, hace más de un siglo, en la forma de una profunda y detalladísima reflexión sobre el origen social del suicidio. Del suicidio como hecho social y de su naturaleza como excrecencia de la miseria moral de la sociedad.
La visión de Durkheim, que en esencia vinculaba el suicidio a la falta de integración del individuo en la colectividad y al intolerable exceso de reglamentación social, puede que haya sido parcialmente superada. Pero ahora surgen nuevas formas de justificar y renovar esa forma de pensar. El suicidio es sin duda la forma extrema de patología psíquica (en el 2013 estuvo a punto de ser incluido en el DSM-5 un síndrome denominado algo así como “trastorno de conducta suicida”) y todos los estudios confirman que las patologías psíquicas están experimentando un crecimiento intenso durante los últimos 15 años debido precisamente a la evolución durante este período del mundo laboral y la organización del trabajo. Un mundo en el que predomina la precariedad, la movilidad forzosa, el imperativo de adaptarse sin rechistar a los cambios y los innovaciones, la necesidad de incrementar sin límite la productividad personal, la sobrecarga de horarios, la competitividad paroxística en busca de aumentos para unos salarios que son cada vez más low cost, como casi todas las cosas, la sustitución en suma de la solidaridad entre los asalariados por una lucha sin cuartel de todos contra todos…
”No bromeamos, somos alemanes” decía el estúpido slogan de Germanwings hace unos años, a fin de hacer creíble la oferta de vuelos a Stuttgart a bajo precio.
No bromeamos. Claro que no. La organización laboral contemporánea no bromea ni sonríe. Hace llorar más bien. Hoy he leído en Philosophie Magazine que un 27% de los oficinistas ingleses se encierran en los lavabos una media de 8,6 minutos con el fin tan solo de estar algo aislados y sin presión; y un estudio internacional, sobre una muestra de 13.492 trabajadores, nos dice que un 7% de los trabajadores acuden al lavabo de su centro de trabajo simplemente para llorar tranquilos…
No se bromea con el trabajo, claro que no. Se llora.
En muchos países occidentales, están muriendo más personas cada año como consecuencia del suicidio que por causa de los accidentes de tráfico. En esos países, que son justo aquellos en los que las condiciones laborales se han endurecido súbitamente en las últimas décadas, el suicidio es, para las personas de 45 años, la primera causa de mortalidad.
Ya no estamos en los tiempos en los que el suicidio se consideraba simplemente como una forma de blasfemia, tal como ocurría por ejemplo hace tres siglos en Francia (y por eso se sometía a tormento a los cadáveres de los suicidas). Pero ahora, frente al suicidio lo que hacemos es mirar hacia otro lado, y negarnos a comprender y corregir las profundas causas sociales y laborales que sin duda lo estimulan o al menos lo desencadenan.
No puedo asegurar que encontremos en la sociedad una explicación del espantoso suicidio criminal de Lubitz. Pero estoy seguro que cada suicidio, incluido el de Lubitz, explica a su modo la sociedad en la que se produce.
