Joludi Blog

Dic 8
La curvatura del espacio.
Marta está alarmada porque en el colegio le han dicho que el espacio es curvo. Eso no hay forma de que lo entienda…Yo le digo que no es asunto sencillo, pero con mi temeridad habitual me aventuro a explicárselo.
Podríamos...

La curvatura del espacio.

Marta está alarmada porque en el colegio le han dicho que el espacio es curvo. Eso no hay forma de que lo entienda…Yo le digo que no es asunto sencillo, pero con mi temeridad habitual me aventuro a explicárselo.

Podríamos empezar haciendo un experimento imaginario: ¿qué nos ocurriría a nosotros, en la Tierra, si de repente el Sol desapareciese?. La respuesta obvia es que en el mismo instante en que se evaporase el Sol, nosotros dejaríamos de estar atraídos por él, y la Tierra dejaría, en ese mismo instante, de moverse en su órbita. Según la formulita famosa de Newton, la atracción entre dos cuerpos depende de sus masas, de la distancia y de una constante. Quita una de las masas y, ¡alehop! adiós atracción…Punto.

Pero, ay, Einstein sabía que si el sol desaparece, nosotros tardaríamos unos 8 minutos en salir de su órbita. No entremos en explicar por qué Einstein sabía esto. Baste por el momento decir que lo sabía. Y decir que los experimentos más recientes de los físicos han demostrado que esto es así.

Sin embargo, Einstein se daba cuenta de que esos 8 minutos de desfase estaban en absoluta contradicción con la Ley de Newton. O sea, se encontraba con dos verdades (quién podría dudar de la Ley de Newton) de sentido radicalmente opuesto. 

Era preciso encontrar una forma de resolver la contradicción. Y esa forma fue, para Einstein, la modificación del concepto habitual del tiempo como algo absoluto. No tenía otra opción. 

Esto nos lleva a la famosa metáfora de la mesa de billar, que es una de las pocas maneras disponibles para hacer que nuestro limitado cerebro atisbe la genialidad conceptual de Einstein.

Imaginemos una mesa de billar llena de bolas con diferentes tamaños y colores en diferentes posiciones. Esa mesa representaría un instante del Universo. La altura de las patas de la mesa definiría la coordenada temporal. En momentos sucesivos la mesa estaría más arriba, pero por el momento, nos vamos a centrar en un instante determinado. 

Ahora supongamos que por arte de magia, hacemos dos cosas.

Primera cosa: convertimos la superficie de la mesa de billar en una gran masa viscosa, sobre la que flotan las bolas (por alguna razón no se hunden)

Segunda cosa: dejamos caer sobre la mesa una gran bola de acero.

Lo que habrá ocurrido es que habremos producido una especie de oleaje en la nueva mesa. La onda expansiva de nuestra bola de acero habrá llegado poco a poco (¿ocho minutos tal vez?) a todas las demás bolas de la “mesa”, modificando su altura con respecto al suelo (este es el punto importante). Del mismo modo, si retiramos luego la bola de acero, también se produciría una onda, en sentido inverso, y se modificaría la altura con respecto al suelo de todas las demás.

Aquí está el quid de la cuestión. La realidad einsteniana se parece a la mesa viscosa de billar. Una mesa en la que la altura de cada bola (o sea su coordenada temporal), no es igual para todo el mundo, sino que es algo dinámico, viscoso sí se quiere; susceptible de ser modificado por la proximidad de las masas. Las bolas están sobre una superficie que no es plana, sino curva, ya que cada bola se hunde a su manera en la viscosidad y modifica la coordenada temporal de su vecina.

Esta metáfora es la que nos permite entender en qué sentido Einstein decía que el espacio es curvo. La mesa de billar de superficie viscosa representa a la vez el tiempo y el espacio (es un continuo espacio-temporal), y ese continuo espacio-temporal es el que tiene curvaturas, definidas por las relaciones entre las masas…Propiamente no deberíamos decir que el tiempo es curvo, sino que el continuo espacio-temporal es curvo.

Ay, no se si Marta llegó a comprender todo esto o no, pero al menos, mientras yo hablaba, me dio la impresión de que ella le daba muchas vueltas a su cabeza. Y que trataba de poner en cuestión sus prejuicios e ideas previas sobre el tiempo o el espacio. Con eso me conformo. Porque pienso además que ese es quizá el más hermoso regalo que nos hizo Einstein, más allá de todas sus fórmulas: el atrevimiento para poner en cuestión lo evidente.



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