Joludi Blog

Dic 27
Edificios.
Los edificios de oficinas no son inocuos. Hay un tipo de edificio de oficinas que encajona y empequeñece a los empleados y a sus cuadros, intensifica las jerarquías y anula las posibles interacciones y encuentros casuales entre los...

Edificios.

Los edificios de oficinas no son inocuos. Hay un tipo de edificio de oficinas que encajona y empequeñece a los empleados y a sus cuadros, intensifica las jerarquías y anula las posibles interacciones y encuentros casuales entre los equipos, haciendo difícil la innovación y la solución creativa de los problemas. Recuerdo un edificio en el que estuve algún tiempo, donde una gigantesca y monstruosa columna central de hormigón obligaba al personal a distribuirse en cubículos en torno a ella, creando asi la base arquitectónica perfecta para una empresa tan inarmónica y desangelada como sus jefecillos.

Norman Foster, siempre trató de evitar esto. Sus edificios de oficinas siempre estuvieron pensados para romper el clasismo en las empresas y deshacer la estéril estructuración jerárquica (no es casual que Foster naciese en un medio muy humilde del tayloriano y atroz Manchester de los últimos años de la Gran Depresión). Su Torre Repsol de Madrid, el más bello de nuestros rascacielos, es un ejemplo de este enfoque. Es un diseño que fue concebido para permitir, a toda costa, que las enormes plantas de 1200 metros cuadrados fuesen completamente diáfanas. Esto se ha logrado trasladando radicalmente todos los servicios del edificio a los grandes pilares laterales. Es una cierta visión democrática e interclasista de la arquitectura. Al menos esa es la idea básica que tuvo el creador de la obra. 

Otra cosa es, como me recordó mi amigo Javier, cuando hablábamos de esto, que luego llegue el clásico manager imbécil y llene de horrendas mamparas la planta que ha alquilado, reservando, claro está, los grandes despachos de las esquinas para él y para sus directivos, y encerrando en casilleros al resto de los empleados. Este es el problema de la arquitectura. El creador, pierde, por definición, el control sobre su obra. Y, con un poco de mala suerte, queda en manos de cretinos.


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