Joludi Blog

Sep 18
nützliches Mitglied der Gesellschaft
Tengo un amigo que gusta de polemizar. Sus peroratas se centran en tres o cuatro temas que domina o cree dominar y sobre los que realmente no admite la más mínima duda. Esos temas los enuncia con dogmatismo y...

nützliches Mitglied der Gesellschaft

Tengo un amigo que gusta de polemizar. Sus peroratas se centran en tres o cuatro temas que domina o cree dominar y sobre los que realmente no admite la más mínima duda. Esos temas los enuncia con dogmatismo y sazonando el discurso con una especie de pesimismo jeremíaco y una convicción de que en este país, en casi todo, vamos a peor (esto es muy español; el culto de los intelectuales patrios al pesimismo sobre lo hispano arranca en Quevedo, llega hasta el 98 de Valle Inclán y Unamuno, y prosigue inercialmente durante todo el siglo XX y XXI, sabe dios por qué; pero el hecho es que lo mejor de la cultura hispana evoca siempre un cuadro pintado por Valdés Leal o una pintura negra de Goya…)
En su condición de oligotemático, mi amigo, los lunes, por ejemplo, me martiriza con una renovada versión de su habitual feroz crítica a la sanidad pública, que él juzga gastadora e ineficiente y que por tanto debe privatizarse o recibir a grandes dosis la consabida medicina del copago. Yo protesto con humildad, indicándole que las ineficiencias en las empresas públicas y los excesos de sus usuarios deberían estimularnos no para poner la Defensa, la Sanidad o incluso la Justicia en manos privadas, sino a esforzarnos en encontrar los sistemas de organización que neutralicen o reduzcan el despilfarro y las malas prácticas. Porque sabemos que eso es posible y nos basta mirar a los países más desarrollados y, sobre el papel, más felices del mundo, para confirmarlo.
Otro de sus temas favoritos, acaso propio de los martes, es la enseñanza superior. Por ejemplo, considera una aberración que  tengamos tantos estudiantes universitarios en España. “Para qué queremos”, dice, “miles de estudiantes de periodismo cada año”, siendo así, añade “que ya hay 40.000 licenciados en esta materia y la inmensa mayoría está en paro o haciendo otra cosa; esos nuevos universitarios deberían haber pensado en hacerse torneros o conductores de autobús”. Yo entiendo el problema que plantea mi buen amigo, pero le digo que a mi modesto entender la misión de la Universidad no debería ser fabricar dócilmente y con eficiencia nuevas y superespecializadas piezas laborales para el Sistema (los famosos"nützliches Mitglied der Gesellschaft” o“útiles instrumentos de la Sociedad”, sobre los que reflexionaba lúcidamente Nietzsche), sino formar mentes críticas, seres humanos dignos y creativos. Tal vez, le digo, lo que hay que pensar es en transformar el sistema socioeconómico, y no resignarnos sin más a forzar a convertirse en sexador de pollos o técnico de refrigeración a quien pudiera haber sido ser un excelente biólogo molecular o, sí, un excelente periodista, pongamos por caso.
Pero lo que más le gusta a mi amigo el oligotemático es protestar contra lo que el llama la obsesión por la igualdad. Esto lo hace casi todos los días de la semana. “El igualitarismo es un absurdo, un imposible”, dice, “la vida misma, la Historia, demuestran que no tiene sentido la igualdad, que no estamos hechos para la igualdad; el igualitarismo es contra natura, solo lleva al desastre y los hechos lo demuestran…
Yo hace tiempo que me callo cuando dice cosas así. Me doy cuenta de que los esfuerzos inútilies conducen a la melancolía orteguiana. Pero alguno de estos días cogeré impulso y le diré que sostener la desigualdad social como algo natural es la más vil de las falacias sociales; una idea totalmente carente de fundamento. La mayor parte de la vida del homo sapiens sobre el planeta Tierra se ha desarrollado en el contexto de esquemas sociales básicamente igualitarios. La desigualdad, los abusos de los poderosos, la explotación del hombre por el hombre…todo eso, se crea o no, es algo muy reciente, con apenas diez milenios de existencia. Casi nada, por lo tanto si contemplamos panorámicamente nuestra trayectoria de cientos de miles de años como especie.
Me gustaría citar al respecto y en este sentido, las tesis de antropólogos como Richard Gould, Richard Lee o Robert Denton, cuyas investigaciones demuestran que antes del relativamente reciente surgimiento de este triste Estado territorial que sufrimos y que consagra y consolida las desigualdades sociales, el hombre no era un lobo para el hombre, como sostenía el nefasto Hobbes, ni estaba destinado, como promueve mi amigo a ser meramente un “útil instrumento de la Totalidad”. Pero sí voy a transcribir algunos párrafos en este sentido de alguien tan cualificado como Marvin Harris. Los he extraído de su obra “Our Kind” (1989. Harper Collins Publishers), un ejemplar de la cual acabo de solicitar a mi librero, para regalárselo con mucho gusto y placer a mi buen amigo el oligotemático. He aquí lo que nos dice Harris:
“Pueden los seres humanos existir sin que haya gente que mande y gente que sea mandada? Si miras al mundo moderno no pensarías que es posible. Los Estados democráticos se las han arreglado para librarse de de emperadores y reyes, pero lo han tenido más difícil para eliminar las grandes desigualdades en riqueza, rango y poder.
Sin embargo, la Humanidad  no ha vivido siempre así. Durante el 98% aproximadamente de nuestra existencia como especie (y durante cuatro millones de años antes), nuestros antepasados vivían en pequeñas comunidades, principalmente formadas por bandas de cazadores-recolectores nómadas, de apenas 30 o 50 individuos cada una (…) todos los individuos se conocían íntimamente. La gente ofrecía cosas a los demás con la expectativa de recibir cosas por parte de ellos. Como la suerte era un factor importante en la captura de animales o en la recolección de alimentos, y debido a los rudimentarios sistemas de agricultura, los individuos que tenían suerte un día necesitaban ayuda al siguiente. Así que la mejor forma de prepararse para el inevitable día malo era ser generoso (…). Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra especie de formar grupos jerárquicos. El observador que hubiera contemplado la vida humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le habría parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana, a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades de hombres que por aquel entonces poblaban la Tierra.”


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