Preguntar.
Ayer tarde, tras escuchar una excelente conferencia, veo que el ponente abre el turno de preguntas. Silencio total. A pesar del interés del tema y la calidad del conferenciante, nadie se atreve a preguntar.
Tiene lógica. Y ocurre a menudo. Nada es tan comprometido como una pregunta. Responder casi lo puede hacer cualquiera. Lo difícil es preguntar. O preguntar bien, sin que la pregunta desvele nuestras debilidades.
El verbo cunctare, en latín, servía usualmente para definir el acto de ir sondeando un curso de agua con un bastón o una pértiga, a fin de encontrar el vado. Era una acción temerosa, titubeante. Y ese era precisamente el significado básico de cunctare, que connotaba la idea de demorar, tantear, titubear.
Por eso al famoso Fabio Quinto Máximo, al que el Senado romano nombró Dictador para defender la república frente a Anibal, se le conoce como Fabio Cunctator, dada la exitosa táctica dilatoria que empleó frente al habilísimo general cartaginés.
Nuestro verbo preguntar tiene su origen en ese latín cunctare.
Por eso, se puede decir que el temor a la pregunta, el retraso en hacerla, el titubeo al plantearla…todo ello tiene un espléndido fundamento etimológico.
Preguntar es utilizar una sonda. Si no se hace buen uso de ella, uno acaba hundiéndose. Pero si se utiliza bien esa sonda, una buena pregunta es en sí misma la mejor manera de obtener información sobre el mundo y sus profundidades.
Basta leer cualquiera de los diálogos de Platón para comprender bien esto.
