Joludi Blog

Abr 28
La leyenda de Tatsuya, el leñador sin fortuna.
Cuenta una leyenda japonesa que Tatsuya, el joven leñador de Hokkushu, era un hombre convencido de tener mala suerte. Realmente no era una persona a la que el destino hubiese abrumado con desgracias,...

La leyenda de Tatsuya, el leñador sin fortuna. 

Cuenta una leyenda japonesa que Tatsuya, el joven leñador de Hokkushu, era un hombre convencido de tener mala suerte. Realmente no era una persona a la que el destino hubiese abrumado con desgracias, pero él tenía esa sensación. Sus quejas eran tantas y agobiaban tanto a sus vecinos, que un día le convencieron de que viajase hasta el templo de la diosa de la fortuna, la poderosa Canno, en la lejana isla de Miyayima.
Tatsuya emprendió el viaje con su hacha al hombro. Al cabo de unos días de caminata se encontró de frente con un terrible dragón.
–¿Hacia dónde crees que te vas, Tatsuya?–preguntó la terrible bestia.
–Voy a Miyayima, en busca de fortuna–respondío Tatsuya–, espero que Canno me la conceda.
–El dragón iba a devorar a Tatsuya, pero al saber que caminaba hacia el templo de Canno cambió de opinión.
–Esto… si ves a la diosa ¿me harás el favor de preguntarle cómo puedo librarme de la persecución de los hombres? ¡Ya no se dónde esconderme de su venganza!–exclamó el dragón.
Tatsuya asintió y sin tomar conciencia del peligro que había corrido, prosiguió su camino.
Pasaron los días y Tatsuya no llegaba nunca a la isla de la diosa. El hambre y la sed estaban a punto de acabar con su resistencia. Pero, milagrosamente, Tatsuya se vio ante las puertas de una gran mansión junto a un lago. Llamó a la puerta para pedir auxilio y al punto apareció en el umbral una hermosa princesa llamada Sareko, acompañada de tres sirvientas.
–Soy Tatsuya, el leñador desafortunado. Camino hacia el templo de Canno, y estoy muerto de hambre y sed.
Debió de caerle bien a la princesa este joven leñador sin suerte, porque Tatsuya fue acogido con gran hospitalidad y agasajado con té fragante, sake tibio y deliciosos “mochus” de arroz y crema de castaña. Una vez quedó saciada su sed y su hambre, Tatsuya le contó a la princesa que había visto a un temible dragón y que deberían tener cuidado de él por estos parajes.
–Demasiado bien conozco al dragón al que te refieres–contestó la princesa con gesto entristecido–Se trata de Fuyukhan, el mismo dragón que mató a mi esposo Toshiro. Mí única esperanza es que se cumpla la profecía y que esta bestia muera a manos del hombre que corte su cabeza. Como recompensa, yo me casaré con ese hombre y serán suyas mi casa y mis riquezas. Cuando estés ante Canno ¿podrás pedirle que me ayude a encontrar a ese valiente que acabe con Fuyukhan?
Tatsuya escuchó este relato, asintió con la cabeza y seguidamente apuró la última taza de sake y el último pastelillo de arroz. Después de hacer las oportunas reverencias, prosiguió su viaje.
No había anochecido aún cuando el leñador encontró algo misterioso junto a un pequeño santuario, en mitad del camino. Era un árbol seco que parecía despedir una extraña luz. Tatsuya comprendió que aquel árbol era un ser vivo. Se acercó y escuchó lo que decía.
–¡Tatsuya, Tatsuya, leñador en busca de fortuna! ¡Escucha mi lamento e intercede por mí ante la diosa!. Quiero que le pidas a Canno que me devuelva mis hojas verdes. Hace años que no florezco y es una pena porque mis frutos eran el bocado favorito del Emperador, y se vendían por su peso en oro en el mercado de Kyoto.
Tatsuya le prometió la ayuda solicitada al árbol que hablaba, y sin entretenerse más prosiguió su camino.
Al día siguiente, el leñador llegaba a Miyajima. Paso bajo el famoso Torii flotante, que marca la frontera entre lo profano y lo sagrado y seguidamente subió a grandes zancadas por los enormes escalones de madera negra hasta el lugar donde estaba el santuario de Canno. Allí se postró, movió la cuerda que hace sonar la campaña para avisar a la diosa y confió en que ella, la gran proveedora de fortuna, se hiciese presente ante él, lo cuál ocurrió al cabo de unos instantes. Entonces, Tatsuya expuso sus razones.
–Se dice, Canno, que tratas a todos los seres de la misma manera. Pero yo creo que no es así–dijo Tatsuya con voz temblorosa.–Mírame. Soy joven y fuerte pero no tengo esposa. No me falta de nada, pero no tengo nadie con quien compartirlo, pues vivo en completa soledad.  Mis cabras dan poca leche y para cortar leña debo esforzarme mucho. No es justo. Además, me he cruzado en mi viaje con tres criaturas que también te piden más suerte: un dragón perseguido, una princesa sin marido y un árbol sin fruto. ¡Qué mal hecho está el mundo, Canno!
Canno no estaba para discusiones. Había estallado una guerra en el norte y la diosa tenía que complacer simultáneamente a los dos contendientes que rezaban día y noche para conseguir sus favores. Esto la producía una jaqueca insoportable.
–Te concedo tus deseos, Tatsuya–dijo la Diosa para librarse cuanto antes del leñador–, recorre el camino de vuelta y encontrarás la fortuna que ansías. También la encontrarán las criaturas que has encontrado al venir hasta aquí. Para ello, solo tendrás que leerle a cada cual el mensaje que he escrito para ellos en esta tablilla.
Y, diciendo esto, Canno entregó a Tatsuya una tablilla con algunos caracteres escritos en tinta negra. Y se esfumó.
Tatsuya emprendió el camino de vuelta.
Llegó de nuevo al árbol sagrado. Y le leyó las palabras escritas por la diosa: “Solo cuando una mano experta corte la hiedra que atenaza el tronco del árbol sagrado, este volverá a dar sus preciados frutos”.
El árbol se iluminó al oir estas palabras.
–¡Claro! Es la hiedra la que está robando mi energía. ¡Tú puedes cortarla ahora y tendrás mis frutos que valen más que el oro! ¡Vamos Tatsuya, usa tu hacha!
Pero Tatsuya declinó amablemente esta petición argumentando que debía retornar pronto a su hogar pues la diosa le había dicho que le esperaba la fortuna.
Al día siguiente, Tatsuya volvió a encontrarse ante la mansión de la princesa. Llamó a la puerta para leer rápidamente el mensaje de la diosa. No quería entretenerse demasiado.
Cuando la princesa apareció ante él, Tatsuya leyó la tablilla: “Oh Princesa, podrás reconocer al hombre que vengará la muerte de tu amado Toshiro, será un joven alto y fuerte que llamará a tu puerta portando el arma con la que decapitará a Fuyukhan”
–¡Ah! ¡Sin duda eres tú ese valiente guerrero!–exclamó alborozada la princesa–, eres alto y fuerte y llevas un hacha al hombro. Corre hacia aquella montaña, donde está la cueva de Fuyukhan, espérale allí y acaba de una vez con él. Luego yo seré tuya. Y también todas mis riquezas.
–No puedo desviarme de mi camino–respondió Tatsuya–, lo haría con gusto en otra ocasión. Pero tengo que volver sin demora a mi casa pues me espera la fortuna.
Y diciendo esto. Se marchó.
Finalmente, Tatsuya llegó de nuevo al claro del bosque donde había encontrado al dragón. Curiosamente, allí seguía la bestia. Y ahora dormía la siesta. Tan plácidamente, que incluso un hombre sin mucho valor como Tatsuya, hubiese podido cortar su cabeza de un tajo. Pero en lugar de ello, Tatsuya trato de pasar sigilosamente junto al monstruo, para no perturbar su sueño.
Sin embargo, el dragón escuchó el crujido de unas ramas y abrió un ojo. Luego otro. Y vio a Tatsuya con su hacha al hombro.
–Oh, eres Tatsuya. ¿Tienes algún mensaje para mí de la diosa Canno?
–Eh–respondió aterrorizado Tatsuya–creo que sí, está escrito en esta tablilla. Si quieres te leo lo que dice.
–¡Vamos, a qué esperas!–, respondió el dragón.
–Pues la diosa dice: “Fuyukhan solo se librará de la persecución cuando capture a alguien lo suficientemente tonto como para no reconocer las muchas oportunidades que la vida le ofrece incluso aunque las tenga delante de sus narices”
Justo al terminar de escuchar estas palabras, el dragón comenzó a echar fuego por sus fauces, y fue entonces cuando…
Pero aquí termina la leyenda de Tatsuya. El final ha desaparecido. No queda claro lo que ocurrió. Algunos dicen que en realidad, en aquel momento Tatsuya se despertó en su cabaña y comprendió que todo había sido un sueño esclarecedor que le ayudó a comprender el verdadero significado de la suerte. Otros dicen que Tatsuya era precisamente ese hombre atolondrado e incapaz de reconocer las oportunidades que el dragón necesitaba devorar para librarse de su destino. Quién sabe.
Sea como fuere, la leyenda de Tatsuya nos ayuda a entender que la obsesión por encontrar la suerte nos impide reconocerla en las numerosas ocasiones en las que nos encontramos con ella. Si Tatsuya hubiese estado más atento, hubiese podido desposarse con la princesa y poseer los frutos del valioso árbol sagrado. Pero Tatsuya no veía la suerte porque no creía tener suerte. Por eso en Japón existe hoy en día un dicho popular que se utiliza para criticar a los que no saben ver que la suerte está por todas partes, si se sabe mirar bien. El dicho es: “la fortuna no llega nunca a casa de Tatsuya, pero él la lleva sin saberlo en el hacha que lleva al hombro”. Y es verdad.