Los tres dioses.
En su comentario al libro Los Delitos y las Penas, de Beccaria, Voltaire nos cuenta el extraño caso de un hombre llamado Simon Morin que se creía Jesucristo. Fue internado en un manicomio donde, casualmente, se encontró con otro infortunado que tenía una parecida convicción, la de ser Dios Padre. Aparentemente, ese encuentro entre las dos deidades produjo un inmediato efecto curativo. “Yo estoy diciendo exactamente las mismas cosas que ese pobre idiota”, debió pensar Morin en lúcido silogismo, “entonces, eso solo puede significar que yo también estoy loco”.
El caso relatado por Voltaire nos suscita la interesante cuestión de si resulta terapéutico juntar a los locos y hacer que se comuniquen entre sí. Si fuera así, por ejemplo, habría que acoger con optimismo los encuentros entre los endiosados prohombres de los partidos políticos con vistas a formar coaliciones y alianzas.
Pero, atención, los resultados no son siempre buenos. Milton Rokeach, un prestigioso psiquiatra norteamericano, también juntó en un mismo hospital a tres tipos que se creían Jesucristo, a fin de que se relacionasen en entera libertad. El resultado fue tan desastroso como la convivencia de las tres religiones monoteistas a lo largo de la Historia. Cada uno hacía su cruzada contra el otro, con creciente beligerancia: “Yo soy el verdadero Dios…¡debéis adorarme!”…“¡No pienso adorarte a tí, eres una criatura!…“¡No puede haber dos Jesucristos, el auténtico Dios soy yo!”
