Despierta, despierta, que nos hundimos.
“Y también hubo momentos en los que las aguas eran agitadas y el viento contrario…y el Señor parecía dormir” (“e il Signore sembrava dormire…”)
Quién lo iba a decir. El mismísimo Papa insinuando ayer en la Plaza de San Pedro que Dios parece dormir a veces. O mirar para otro lado. O estar de viaje en algún otro lugar del Universo, ajeno a cuanto ocurre en este planeta.
El sueño de Dios, sí. La metáfora es bella, pero no es de Ratzinger. Está en la Biblia, como casi todo. Para empezar en el célebre pasaje del Evangelio sobre aquella jornada de paseo en el lago Tiberiades, cuando los discípulos se ven obligados a despertar a su maestro porque están convencidos de que se hunde la barca: “¡despierta, despierta, que nos hundimos!”. Pero también está la idea en el libro de los Salmos. Concretamente en el salmo 44, donde ya se anticipa la gran queja unamuniana del hombre contra su Creador: “¡Despierta, oh Señor. Levántate. No nos rechaces por siempre! “
En otro salmo anterior, el 7, ya se le había planteado a Dios una petición parecida, pero sin éxito, tal vez por ser un poco interesada. “Levántate, Oh Señor, contra el odio de mis enemigos”.
Y, finalmente, por el salmo 78, sabemos que, al final, el Señor se levantado de su reposo. Quizá un poco más tarde de lo que se esperaba, y titubeando: “Entonces el Señor se levantó como saliendo de un sueño, como un hombre que sale del estupor del vino…”
¿En fin, nos atrevemos a cuestionarnos con el salmista y con el Papa bávaro la vigilia divina? ¿Duerme realmente Dios?
Ah, esa es la gran pregunta. Yo creo que no. No duerme.
Pienso que simplemente ha abandonado provisionalmente el arduo proyecto de mundo.
Para centrarse en objetivos más realistas.
