Joludi Blog

Abr 12
Libros.
Sigo comprando libros en papel. Y, sobre todo, en mis librerías de siempre. Con el bonus de la pequeña charla habitual con el librero.Y si tengo que comprar algún libro en internet, lo hago a regañadientes y después de pensarlo mucho. O al...

Libros.

Sigo comprando libros en papel. Y, sobre todo, en mis librerías de siempre. Con el bonus de la pequeña charla habitual con el librero.Y si tengo que comprar algún libro en internet, lo hago a regañadientes y después de pensarlo mucho. O al menos quisiera que fuera así…

Creo que el libro en papel sigue siendo mucho mejor. Por varias razones. Y hoy me apetece contarlas.

En primer lugar el libro en papel produce una experiencia sensorial de lectura mucho más satisfactoria. El ojo ve directamente la letra impresa en el papel, que por el momento ofrece más detalle fino y resolución que la mejor de las pantallas, incluyendo las de tinta electrónica. 

En segundo lugar el libro de papel permite una lectura más concentrada y profunda. Nuestra relación con las pantallas se basa en la revisión de mucha información y muy variadas fuentes, de forma relativamente superficial. Esa superficialidad contamina también la lectura del libro en la pantalla; nos impulsa a abandonar o interrumpir la lectura antes, e impide hasta cierto punto que nos sumerjamos de verdad en el mundo que ha creado el autor para nosotros.

En tercer lugar, el libro clásico nos permite asimilar y afianzar mejor la información en nuestra memoria, ya que nos resulta más fácil asociarla a un tipo específico de papel, de edición, de cubierta, de lomo…Sabemos que la memoria se vale de los sentidos para fijar los recuerdos, y un libro digital, que es igual en realidad a cualesquiera otros libros digitales, carece de las referencias físicas que facilitan la asimilación de los contenidos, su asociación con el mundo externo. 

Pero hay mucho más allá de estas tres razones clave, que por sí mismas bastarían para preferir el libro clásico. Un libro en papel, colocado en nuestra estantería, está mucho más disponible para nosotros (mucho más presente, si se quiere) que un libro digital, que está mediatizado, que nos obliga a localizar y encender un artilugio que debe tener suficiente batería en el preciso momento en el que lo necesitamos, y que nos exige luego como requisito localizar y abrir la aplicación adecuada. Es un proceso previo no necesariamente grato o amigable, o por lo menos no tan grato y amigable como pasar la vista por nuestra querida librería, alargar el brazo y sentir el libro en nuestras manos, notar su peso, captar su textura, hasta percibir el olor de su cubierta o sus páginas. Y el asunto de la batería es, por cierto, especialmente engorroso. Porque es verdad que la duración suele ser suficiente para nuestros períodos habituales de lectura, pero al menos para mí, la inquietud latente de quedarme sin carga justo en el momento más deseado, afecta a mi tranquilidad y buen disfrute de la obra. Me produce cierta ansiedad de fondo saber que, por ejemplo, solo me queda el 32% de carga y que no tengo muy claro dónde me he dejado el cargador y si no se lo habrá llevado Mercedes a su habitación, donde resultará ya decididamente irrecuperable por un largo plazo de tiempo…Por no mencionar el hecho de que las baterías se desgastan con cada uso y que el aparatito de marras seguramente no estará libre de ese fraude al comprador que constituye la obsolescencia de marras.

Y también, puestos a afinar, podemos decir que el libro como objeto ofrece concretas ventajas sobre el libro digital, precisamente por su naturaleza objetual. Puedo escoger cuando desee ciertos libros que me gusta tener a mano y llevarlos a mi mesilla de noche, para priorizar su lectura y sentir que al acostarme me estarán esperando ahí, junto al lugar donde duermo. Puedo subrayar y anotar con un lápiz en los márgenes de mis libros de papel de una forma que me parece mucho más conveniente (y personal) que la que me ofrecen los libros digitales. Y desde luego, también me gusta tener conciencia de lo que me queda por leer; valorar de un simple vistazo a las páginas que llevo o a las que aún tengo gozosamente pendientes…pero eso no tiene sentido hacerlo en un libro digital. No se puede.

Hojear un libro tradicional, en fin, leyendo por encima, es algo mucho más difícil de hacer si se trata de un libro digital. Y yo lo hago a menudo. En muchos casos, hojear un libro es para mí el requisito para emprender su lectura. Tal vez por ello tengo tantos libros digitales sin leer, pese a lo mucho que me interesaban cuando los descargué.

Pero incluso por encima de todas estas razones, están las razones económicas. Para empezar, mis libros de papel son míos. Y lo son para siempre (supongo). Puedo prestarlos si lo deseo. Puedo intercambiarlos. Puedo dejárselos en herencia a quien quiera, si me apetece. Pero los libros digitales no tengo muy claro de quienes son. Habría que leer con mucho detalle el eula de Google, Apple o Amazon. Hasta donde yo se, tengo cierto derecho a su uso y lectura, pero me parece que esos ficheros digitales no son realmente de mi propiedad (a pesar de que me costaron poco más o menos como los de papel, lo cual es un escándalo). Al menos no puedo cedérselos a nadie, ni intercambiarlos. Y si yo desaparezco, mis deudos dejarán de tener acceso a ellos, salvo que dispongan de mis claves de usuario y decidan utilizar (técnicamente de forma ilegal) mi perfil. 

Y luego está el problema, tal vez el más grave de todos, del impacto del libro digital en el sector editorial tal como lo conocemos. Eso es, o va a ser, un absoluto desastre. Si el libro digital se impone, eso supondrá la concentración del poder editorial en dos o tres empresas de escala planetaria. O en una solo. Será un monopolio infame en el que prefiero no pensar. A medida que se vaya imponiendo el formato digital, si es que esa tragedia para el saber tiene lugar, irá desapareciendo al mismo tiempo la pequeña editorial especializada y la librería “de cabecera”. Instituciones sin las es inconcebible el desarrollo y formación de la cultura y la promoción del verdadero conocimiento.

Porque internet es el mundo del todo o nada. Un ecosistema implacable que deja sin márgenes ni oxígeno comercial a los pequeños y solo permite la supervivencia de los colosos. Un mundo perfecto para estimular y consolidar los grandes monopolios, como ya estamos comprobando en el campo de los buscadores (¿en qué otro sector negocio se da el hecho prodigioso de que una sola empresa controle más del 80% del mercado, a nivel global, contrariando todas las leyes clásicas de la economía?)

Yo creo que deberíamos rebelarnos frente a la creciente amenaza del libro digital (aunque no se da en todas partes; paradójicamente, los norteamericanos apenas aceptan este nuevo formato de edición; somos los europeos los que, pastueños, estamos cayendo en la trampa de las pantallitas). Y deberíamos hacerlo no solo por razones de indiscutible superioridad “de interfaz de usuario”, sino porque está en juego mucho más. El día negro en que hayan desaparecido todas las editoriales y las librerías actuales, y solo se puedan comprar libros al Imperio de Bezos, la cultura pasará a estar en una sola mano todopoderosa. Y ya sabemos las consecuencias que eso puede tener para el modelo de sociedad que queremos.

Empieza por no comprar un solo libro más digital, me atrevo a pedírtelo. Porque existe una ventaja añadida para el formato clásico: si te molesta un mosquito mientras estás leyendo un libro tradicional, puedes cerrar este de golpe y adiós zumbido. Eso no es posible con uno de esos condenados ficheros de Kindle…


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