Joludi Blog

Jul 20
Fungible.
Marta me pide que le explique el significado de la rara y fea palabra fungible, que he usado en un post reciente, al referirme a la concepción del don de la vida entre los antiguos griegos. Le reprocho, refunfuñando, que me pregunte el...

Fungible.

Marta me pide que le explique el significado de la rara y fea palabra fungible, que he usado en un post reciente, al referirme a la concepción del don de la vida entre los antiguos griegos. Le reprocho, refunfuñando, que me pregunte el significado de un término, teniendo tan estupendos diccionarios en casa. Y le digo que si otorgase a los libros que tenemos una décima parte del tiempo que gasta en su móvil, se convertiría rápidamente en una persona muy sabia.

Fungible, le explico, es aquello que se termina cuando lo usamos o disfrutamos. 

En realidad todo en la vida es fungible, me adelanto a aclarar, ante la esperable objeción, pero hay cosas más fungibles que otras. Un pastel es esencialmente fungible. No lo es la cuchara con la que nos lo comemos. O más bien no lo es en igual medida.

En el mundo del Derecho, se usa el término fungible para referirse a aquellas cosas que, a efectos jurídicos, pueden sustituirse con facilidad por otras equivalentes.

Ocurre que, en general, las cosas que se terminan cuando las disfrutamos, tienden a ser cosas fácilmente sustituibles por otras virtualmente idénticas, y por eso el Derecho las llama fungibles. 

La fungibilidad de las cosas facilita la creación de un mercado para ellas, y el establecimiento de precios de referencia, lo que hace posible la transmisión de dichas cosas, la mercantilización de los objetos. Por eso, cuando yo me refería a la vida como algo fungible, en mi referencia al mito griego de Admeto y Alceste, quería decir que, en cierto sentido, para los griegos, la vida era como un trozo de hilo que nos conceden las Moiras y que se puede transmitir de unos a otros, como quien transmite un saco de trigo. Yo dejo de disfrutar mi vida, y te la traspaso a tí. Yo me quedo sin mi vida, pero tú la tienes, Mors mea, vita tua (esto tiene además algo de actualidad, sin duda, por el tema de las donaciones de órganos y los transplantes, algo que por lo tanto, y en cierto modo, supo anticipar la mitología griega, como tantas otras cosas).

Así que este es el sentido en el que yo usé la dichosa palabra fungible, tan cara a los juristas. Estoy de acuerdo con Marta en que es una palabra rara y fea, pero no encontré otra para expresar lo que yo quería sobre la noción griega de la fungibilidad de la vida. 

Además, si bien fea, es una palabra muy interesante. Fungible proviene, en primera instancia, del latín fungor, que significa ejecutar, cumplir, concluir algo. Esto nos lleva a palabras como disfrutar, y también a términos como función, que en matemáticas indica el acto de ejecutar, de llevar a cabo, de dar fin a una operación cualquiera, (o a un conjunto de operaciones), sobre una variable independiente, al objeto de obtener la variable dependiente. 

También, la misma raiz latina de fungor tiene relación con el término “difunto”, en el sentido de que quien ha muerto, precisamente ha gastado o disfrutado de su vida.

Es fascinante esta vinculación lingüística entre la vida y la muerte. Entre el disfrute y el fin del disfrute. Pero es que esto es precisamente la esencia de la fungibilidad, como dije más arriba. Y es una relación lingüística que en última instancia proviene del primitivo indoeuropeo. En sánscrito, por ejemplo, la raíz bheug (lo podríamos pronunciar fug), que es el antepasado verbal remoto de fungor y fungible, significa al mismo tiempo disfrutar y concluir. Y aún hoy, entre los sikhs, el  bhog es justamente el acto de cumplir adecuadamente con los ritos funerarios, de poner punto final a una existencia. Curiosa (y sabia) esta vinculación lingüística entre la vida y la muerte, como si fuesen el anverso y el reverso de una misma moneda. Los psicoanalistas sabran interpretar muy bien esta vinculación verbal.

Así que es en este sentido interesantísimo de cosa fungible, es en el que Admeto recibe el terrible don de Apolo. Puede obtener vida, si consigue que alguien se la transmita. Puede evitar la muerte si alguien accede a dar la suya por él. Y esto solo es capaz de hacerlo su amada Alceste.

Creo que usé adecuadamente la palabra, por lo tanto.

Pero, cabe decir, que además del mito de Admeto, hay otras muchas narraciones de la antigua Grecia que sugieren esta idea tan profundamente arraigada en el alma primitiva helénica. Por ejemplo, el mito de la inmortalidad parcial de los Dioscuros, que en alguna ocasión también he comentado aquí.

O un maravilloso cuentecito tradicional griego que nos habla de un tiempo en el que todas las criaturas tenían una duración de la vida muy parecida: hombres, caballos, bueyes, perros…Un día de invierno, durante una terrible tormenta, el caballo, el buey y el perro buscan refugio en la cabaña del hombre. Allí pasan una noche, y al amanecer, cuando ha concluido la tempestad, cada uno de los huéspedes quiere agradecer al hombre su hospitalidad y es así como deciden cederle parte de sus vidas. Con ello, la vida del hombre se hace más larga que la de todos sus huéspedes. Pero esto explica también que en la juventud, el hombre sea tan fogoso como un caballo, que se tranquilice y asiente como un buey pastueño cuando la madurez va llegando, y que más adelante acabe siendo un ser un tanto malhumorado y gruñón, tal como yo lo he sido al reprochar a Marta por no utilizar más a menudo el diccionario, ese objeto que ya, ay, se diría pertenece al ámbito de la paleontología. 


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