Joludi Blog

Sep 15
De mortis nil.  De mortis nil nisi bonum dicendum est...No hay que decir nada de los muertos, ni siquiera bueno. Vale. De acuerdo. Pero es que estomaga tanto obituario servil y tanta adulación postmortem en los medios. Un buen amigo me dice que todo...
De mortis nil.
De mortis nil nisi bonum dicendum est...No hay que decir nada de los muertos, ni siquiera bueno. Vale. De acuerdo. Pero es que estomaga tanto obituario servil y tanta adulación postmortem en los medios. Un buen amigo me dice que todo este jaboneo es la prueba irrefutable de que el país está profundamente enfermo. Yo lo veo más bien como la prueba irrefutable de que los medios ya han agonizado.
En cuanto a los egregios finados, no se si habrá razones para considerarlos mejores o peores personas que sus miles de empleados que madrugan cada mañana para ir a trabajar, esforzándose para llegar malamente a fin de mes. Lo que hicieron estos prebostes, bueno o malo, se me antoja que lo hicieron no por filantropía precisamente, sino, en su propio y santo interés y beneficio. No se a qué viene tanto impulso beatificador. Y a todos, por poco informados que estemos, nos consta que los dos usaron, o acaso abusaron, del poder omnímodo que en vida tuvieron. Un poder que a uno sirvió para controlar y manipular, cual sátrapa persa, la vida social, económica y política del país, torciendo el brazo incluso a la Justicia cuando tuvo necesidad y ocasión de hacerlo, y al otro para someter y sojuzgar, desde su impresionante poder de compra, a una constelación de proveedores y comerciantes (no era él, por cierto, quien te devolvía el dinero si no estabas satisfecho…quien te lo devolvía era el sufrido proveedor, que recibía sin más de vuelta su mercancía).
Ambos prohombres contribuyeron, con su paroxismo de sucursales, cajeros y moles, a hacer más feas y menos humanas nuestras calles y ciudades. ¿Talento? Puede ser. Pero algo o mucho de su pujanza habrá de ser imputada al contubernio que supieron concebir y mantener con gobiernos y municipios de todos los colores.
Uno construyó su imperio en un mundo, el de las modernas finanzas, cuyos pies de barro ahora conocemos bien y al que sabemos ya que ha de atribuirse la infelicidad y la miseria de millones. Otro lo hizo capitalizando una vertiginosa e irrepetible burbuja socioeconómica que, cuando tocó a su fin, le dejó expuesto a la indiscutible superioridad de otros competidores con modelos de distribución mucho más avanzados, creativos y eficientes, desde el sector de los libros y la música, al de la electrónica, la moda, los muebles o el hogar.
Descansen en paz ambos, que tendrán derecho. Pero, por dios, que dejen ya los periodistas de atufarnos con el incienso barato del coro de las vanas alabanzas. Dejemos que el botín siga en manos de Botín. Y que el dinosaurio de la distribución sobreviva si puede bajo la égida de ese sobrino desconocido del prototendero que lleva el nombre, ya es fatalidad, de uno de los dos cacos del Calvario, al que la tradición cristiana quiere ver como el Santo Patrón de los Ladrones.

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